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El camino de San Diego

Drama Tati, un joven de la provincia de Misiones, es un fan loco de Maradona, como la mayoría de los argentinos. A pesar de haber perdido su trabajo y de que su situación económica sea dramática, Tati no pierde su espíritu jovial. Cuando la televisión informa del internamiento de Maradona en la Clínica Suizo Argentina de Buenos Aires por un problema cardíaco, Tati decide viajar a la capital para hacerle entrega personalmente de una talla ... [+]
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Críticas 14
Críticas ordenadas por utilidad
14 de enero de 2008
25 de 36 usuarios han encontrado esta crítica útil
“El camino de San Diego” (2006), merecidísimo Gran Premio del Jurado en el Festival de San Sebastián, es el quinto largometraje del argentino Carlos Sorin. Como en la mayor parte de sus trabajos anteriores -”Eterna sonrisa en New Jersey” (1989), “Historias mínimas” (2002), “Bombón, el perro” (2004)...-, en “El camino...” el espectador se asoma a una película de carretera, al itinerario de personajes que cruzan regiones casi inabarcables empujados en todos los casos por sueños de engañosa fragilidad.
Hay algo profundamente tierno en el cine de Sorin, algo extraordinariamente veraz que justifica el que, pese a lo exiguo de su producción, haya sido reconocido con una veintena larga de premios nacionales e internacionales. Sus imágenes, sus argumentos, su propia puesta en escena derrochan respeto hacia la población más humilde de la inmensa Argentina. Situados en la Patagonia o en la norteña provincia de Misiones, son retratos de hombres y mujeres radicalmente dignos, a quienes las dificultades económicas no han robado un ápice de integridad. Acercándonos a rostros castigados, a tenderetes precarios, a viviendas elementales, el director realiza una pedagogía de primer orden: condicionado por un cine poblado a menudo por personajes carentes de moral, gratuitamente violento, el espectador sigue las tramas de Sorin con cierto desasosiego, esperando que en cualquier instante la ingenuidad inerme de sus protagonistas desemboque en drama. Pero no: la visión del realizador parece nacer del espíritu bonancible de Rousseau, aquel que considera al hombre naturalmente bueno.
No se trata, sin embargo, de un ejercicio candoroso: llevando a las pantallas a esos seres al límite de sus fuerzas, Carlos Sorin reivindica la necesidad de que los poderosos reparen en su existencia, de que se tracen y apliquen políticas más igualitarias en un país, cuarto exportador mundial de alimentos, en el que la riqueza de sus recursos no impide hambrunas vergonzosas como las que en los últimos años mataron por desnutrición a un número desconcertante de niños.
Pero “El camino de San Diego” es, desde luego, algo infinitamente más rico y complejo que un estricto ejercicio de denuncia social. Hay esperanza y paz en esos personajes representados casi siempre por individuos sacados provisionalmente de sus oficios cotidianos, que nada tienen que ver con el cine. Sus interpretaciones transmiten credibilidad, espontaneidad, basadas muy probablemente en la explicación que aventuraba Sorin en una reciente entrevista : “el personaje y la persona deben ser muy parecidos”. Así, “Tati” Benítez -el entusiasta protagonista de “El camino...”, admirador confeso, como tantos otros argentinos, de Diego Armando Maradona- fue encarnado por Ignacio Benítez, empleado de un vivero de de El Dorado, localidad de Misiones. Y Paola, su mujer en pantalla, es Paola Rotela, su esposa en la realidad. Ellos, como la práctica totalidad del elenco, se estrenan ante una cámara. Una joya...

Cocalisa
Cocalisa
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26 de noviembre de 2006
22 de 34 usuarios han encontrado esta crítica útil
Pelicula muy en la línea de Historias Mínimas, (es prácticamente un calco muy bien hecho). Se nos muestra la realidad de un país, de un amplio sector de la sociedad argentina que permanece agarrada a unos sueños, a unos ideales que permanecen muy arraigados. Pero sobre todo, es un trabajo de cine-realidad, de los parias de la vida que no tienen nada, pero que son grandes personas en el amplio sentido de la expresión.
A destacar la cadencia de la forma de expresarse que tienen los argentinos, es hipnótico.
Es una road-movie: de la provincia norteña de Misiones a Buenos Aires.
Se puede ver y se deja ver. No decepciona.
Gabriel Knight IV
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12 de octubre de 2008
9 de 12 usuarios han encontrado esta crítica útil
Carlos Sorin vuelve a convencer en esta reciente película que sigue el esquema de una road movie, como también ocurría en “Bombón, el perro”. Y vuelve a utilizar un personaje lleno de dignidad que a pesar de su pobreza disfruta de las cosas de la vida.
Tati, que así se llama el personaje, en paro y pobre, lleva una estatua de madera de Maradona para entregársela a este. En el recorrido desde el norte de Argentina hasta Buenos Aires irá encontrándose con una serie de tipos normales como él y en cada uno de los encuentros descubrimos como es Tati y cual es su reacción en cada situación.
La utilización de planos abiertos cuando está en su pueblo contrasta con los planos más cortos en los coches, autobuses o camiones en los que llegará a su destino. Cada parada implica una nueva historia que se resuelve como un cortometraje y eso creo que es lo que engancha al espectador pues se plantea y se resuelve cada historia en el camino. La historia total, como suma de esas pequeñas historias, tiene también su desenlace con lo que el espectador llega a cumplir su objetivo de ver lo que va a pasar. El hecho que el guión, como en otras, sea suyo, ayuda a filmar lo que se pretendía y así observamos que lo consigue.
Si alguien está interesado en este director al que en poco tiempo le han dado un montón de premios, yo le aconsejo que empiece por su primera película “La película del rey” y siga viéndolas por orden cronológico porque irá descubriendo como es una obra entera el conjunto de películas hasta aquí, y descubrirá también como sin cambiar el tipo de actor ni el tipo de producción cada vez hace mejor la película.
Pp Ferrer S
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3 de mayo de 2020
6 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
Siempre he mantenido la teoría, afirmada en los científicos datos de mi propia familia, de que los más humildes se apuntan en el mundo del fútbol, o cualquier otro deporte, a los caballos triunfadores. Esa inyección de moral que te da la victoria de tu equipo, la alegría de los jugadores, es justo lo que necesita un desafortunado para sobrevivir. El poder decir alguna vez, tras tantas amargas derrotas: ¡hemos ganado!; cuando el gol lo ha metido un tío que cobra, él solo, lo mismo que todos los de tu pueblo, sería patético sino fuera porque la ingenua entrega del aficionado es de corazón y este sentimiento tan puro y solidario cura todas las imperfecciones que arrastra la insensatez.

Yo, nunca me comportaría como Tati, el hombre que abandona todo (el que no tiene nada, nada tiene que perder), para llevar un presente que le ayudará, a Maradona, a salir del mal trance en que se encuentra. Nunca creeré en la capacidad milagrosa de los ídolos. Pero empatizo profundamente con las buenas personas, aunque hagan cosas increíbles, y es increíble que no hagan otras para hacerse valer y respetar.
El buen muchacho de Misiones, pese a todo, es positivo e inicia la peregrinación desde su remota aldea, convencido de que su acto es necesario y que ayudará a quien tanto le ayudó, a quien hizo campeón del mundo a un miserable parado como él.

Es esa certeza que quiere transmitir Carlos Sorín, de que la bondad de los invisibles, de los sin nombre, de los menesterosos, es de las mejores cosas que nos van quedando en este despiadado mundo, la que convierte sus películas en impagables lecciones de vida; y te embarcan en la certidumbre de que lo que realmente da satisfacciones y calienta el alma, son las pequeñas cosas, los actos desinteresados.

Este viaje iniciático que, ahora que no nos oye el mozo, no curará a San Diego; sí que servirá, un poco, para rebajar el colesterol de la cantidad de cuestiones inservibles que atoran nuestra existencia.
Sinhué
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4 de abril de 2010
6 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
Que es el Diego para parte del pueblo argentino. Para esa parte del pueblo separado por la línea de la General Paz del Buenos Aires cosmopolita (aunque también ahí tiene sus fans, y muchos), y que define a La Otra, a la Otra Argentina que nunca ha podido demostrarse a si misma que El Dorado existía...
Pero, ¿para qué un Dorado teniendo a Maradona? Todo lo que no pudimos ser, todo lo que nunca jamás podremos ser (todo lo que, posiblemente, nunca nos dejarán ser)... lo será el Diego por nosotros. Él es nuestro Señor de las Moscas. Pequeño guiño a San Golding el de Carlos Sorin, con esta película entrañable, singularmente sobria, soberanamente actuada por sus no-actores: gente linda, como es la gente que yo conozco :)
La sembradora
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