Los temerarios del aire

Ya no se hacen películas de perdedores. El cine de nuestros días siempre narran historias de gente importante que aunque caigan posteriormente se encontraron en algún momento en la cumbre. Y las pocas que lo hacen de verdad tienen un sentido excesivamente social y de denuncia demasiado político que no me interesa.

Por eso me gusta “Los temerarios del aire”, que no es gran cosa en realidad, pero tiene ese sabor de cine clásico, de cómo te puede contar una película de acción sin prisas, y mezclando perfectamente escenas trepidantes con otras de muchas totalmente tranquilas y pausadas. Aquí los actores no dan voces, ni corren continuamente ni tienen que saltar tres metros del suelo como si fueran sacados de una consola de videojuegos.

La historia de estos tres tipos que llegan a un pueblo del medio oeste americano y se juegan la vida para obtener cuatro duros es estupenda. Y encuentran en su soledad el amor. Y todo ello sin emotivismo, al contrario con crudeza, con frialdad, como es su trabajo, como es su vida...

Es la diferencia de ver a “Le llaman Bodhi” –que aún así es de las mejores de este tipo de cine de acción- donde son jóvenes, guapos y piensan que la adrenalina es su segundo apellido a estos otros hombres, personajes adultos, maduros, entrados ya en años y con algún kilo de más que lo que más desean en realidad es descansar.

De nuevo un reencuentro de Deborah Kerr con Burt Lancaster, después de “Mesas separadas” y “De aquí a la eternidad”, y están igual de bien que siempre, y mejor aún ese magnífico Gene Hackman.

Todo ello dirigido con la maestría de John Frankenheimer, que venía de rodar “El hombre de Kiev”, que a pesar de estar un tanto olvidado hoy fue uno de los mejores directores de los años sesenta y el mejor de los que venía de la televisión junto con Franklin J. Schaffner y Sidney Lumet.

Una película triste, hermosa, paradigma de cómo se puede conjugar a la perfección la pura acción y el drama como se conjuga la acción con el drama y que consigue que recordemos a todos aquellos hombres y mujeres que se juegan la vida en espectáculos circenses para divertir a la masa y que lo hacen perdiendo la vida pero con más dignidad que la mayoría de los jugadores de fútbol y las estrellas del rock.

En la historia del cine hubieron una serie de películas que trataban sobre tres personajes, la mayoría de aventuras, pelis como "Gunga Din" "Tres Padrinos" "Tres Amigos" "Tres camaradas" y muchas más, ésta es un drama, muy bien construido, lento, una banda sonora realizada por el gran Elmer Bernstein y con un buen reparto, encabezando ese rudo y duro Burt Lancaster, el intrépido Gene Hackman, el tímido Scott Wilson y la guapa Deborah Kerr, buena dosis de drama, acción y amor, a destacar la escena en la que Deborah Kerr enseña los pechos, ya empezaban los desnudos en hollywood.

Quizás no sea muy conocida y ejemplar en la filmografía de estos actores, pere merece la pena verla, porque para nada se encuentra entre sus peores.

Melancólico y agradable drama con buenas dosis de espectáculo aéreo a cargo de tres artistas del salto con paracaídas que dan la iniciativa a esta historia de reencuentros resentidos y encuentros románticos en un pequeño pueblo algo estricto al principio y generoso en lo siguiente. Buenas interpretaciones de los protagonistas destacando el conflicto de intereses entre un seguro y solemne Burt Lancaster y la siempre elegante Deborah Kerr.

Las alegrías quedan tan al margen que en esta ocasión sólo vamos a ver la sonrisa de dentadura perfecta de Burt Lancaster cuando por su oficio se vea obligado a enseñarla. No hay ni un personaje que muestre satisfacción por su existencia, ni por lo que hace delante de nosotros ni por lo que sabemos de su vida. Así que para Frankenheimer lo de menos son las acrobacias aéreas o las bromas del esforzado Hackman que intenta justificar el precio de la entrada del espectáculo de paracaidistas. Para el director lo más importante es lo que sucede en el suelo, más concretamente en la cabeza (y el alma) de nuestros protagonistas.

No es una película de alegrías, ni siquiera los polvos son consuelo de nada para quienes arrastran melancolía allá donde van. El conformismo por parte de unos, la mala suerte de otros, el caso es que se trata de una película con un número enorme de perdedores por metro cuadrado. Viéndola no lo parece, que es gerundio, pero una vez vista, que es participio, no queda otra que afirmarlo con rotundidad: "Los temerarios del aire" es una película de perdedores.

Aunque se le pueda pedir más, lo cierto es que la película se ajusta a lo que es, un retrato sencillo de un momento exacto en la vida de unos seres vivos. La felicidad está lejos de ellos. Hackman se va por ahí de juerga y parece que es el único que intenta alcanzarla, aunque me temo que no lo conseguirá por muchos bares que frecuente. Y de Lancaster y de Deborah Kerr mejor no decir nada. Sus caras ya lo dicen todo. Porque ella ni siquiera va a verlo volar, y él, que sonríe porque forma parte del espectáculo, se viste con su mono y se pone el paracaídas. Cuando aterrice va a buscarla, seguro.

Para mí es una estupenda y estimulante mezcla de cine-espectáculo y melodrama, un poco en la línea de una obra previa de John Frankenheimer como "Grand Prix" (1966), y una historia de amor imposible (entre los personajes de los ya muy maduros Burt Lancaster y Deborah Kerr) ambientada en la América profunda (en el estado de Kansas), como la siguiente película dirigida por Frankenheimer, la magistral "Yo vigilo el camino" (I Walk the Line, 1970), y a la que en cierto modo anuncia y anticipa.

Destacan las escenas de acrobacias aéreas, muy bien rodadas, y que siguen siendo realmente espectaculares; destaca Gene Hackman, tan buen actor que cada vez que aparece en el plano parece robarle la escena a los demás actores; y destaca la atrevida escena de sexo entre Lancaster y Kerr, en la que a esta actriz británica se le ven los senos, en unos años de relajación de la censura en el cine estadounidense.