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Costa da Morte

Documental La Costa da Morte era considerada en tiempos de los romanos el fin del mundo. Su nombre viene de los trágicos naufragios que han tenido lugar en esta rocosa y tormentosa región de abundantes nieblas. La cámara explora la zona, centrándose en los pescadores y trabajadores que habitan allí. Refleja la relación adversa que tienen con los elementos, examinando el misterio que ata a un pueblo a su tierra, su historia y sus leyendas. (FILMAFFINITY) [+]
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Críticas 8
Críticas ordenadas por utilidad
8 de marzo de 2014
23 de 26 usuarios han encontrado esta crítica útil
El cine para Tarkovski: “Esculpir el Tiempo”. Perfectamente comprensible en “Costa da Morte”. Y lo cronológico se enriquece con la meteorología. Lo temporal, el temporal.
No es documental informativo centrado en catástrofes medioambientales y épica de naufragios, sino reflexiva obra de arte sobre los elementos. Sobre todo el agua, pero también la tierra, en forma de roca, golpeada por oleaje furioso, o sembrada de eucaliptos, o violentada por barrenos; el aire, poblado de nubes, por el que se propaga el reverbero de campanas; el fuego, como el de un incendio que vivió siete años en un robledal, o el lumínico de la feria nocturna, norias, palmeras pirotécnicas. El agua, infinita en la mar, flotante en la humedad, precipitada en la lluvia habitual, y a desembocar.

En un panorama colosal, el hombre lucha en silencio con el océano (maravillosa escena de los percebeiros aferrados a las grietas bajo montañas de espuma), contra los incendios; habla, como hacen los pescadores de caña o las bañistas en la punta de arena, charletas llenas de gracia; o respira, como el hombre que se sienta ante una plantación al borde de una ciudad.

Patiño aplica varias decisiones inteligentes: una, mantener la escala minúscula de las figuras humanas, en el límite de lo distinguible. Con todo, nunca parecen miniaturas sino magno el paisaje, como en Brueghel: el hormiguero de patinadores en el hielo retrata en su amplitud el invierno. El sonido acerca las voces, eso sí, aunque la cháchara podría también quedarse en murmullo lejano.
Otra decisión: mantener la cámara fija, como puesta ahí por nadie. Al no usar ninguna voz comentando en off, el autor queda desaparecido. En realidad, disuelto en el conjunto, sin interferir. Y para acentuarlo, esas tomas de una ría desde un mismo punto a lo largo del año, separadas por secos planos negros, calendario tajante.
Otra más: mostrar el mar con el punto de vista ligeramente picado, de manera que no se vea el horizonte. La superficie marina ocupa también la parte superior del plano, como un cielo acuático.

Apenas marineros. Tal vez estén en Gran Sol, cerca de donde Flaherty filma a los balleneros de Aran mientras Patiño hace lo propio con las mariscadoras gallegas.
Varios núcleos recurrentes: movimientos de agua, de nubes, barrido de faros, campanadas insistentes, cementerios, parejas de hablantes, pilas de madera… Se componen en sinfonía, a lo Ruttman, con ritornellos, fugas, armonías, contrapuntos. Luciérnagas humanas abren y cierran, linternas que pululan en la negra masa marina antes del alba. Tiempo circular de los celtas, danza milenaria de mar y tierra entrelazados, respirando el oleaje en rocas y arena, a cada segundo.

Hay imágenes bellas, con el pulso callado de Erice, pero su valor viene de estructurar la mirada en despliegue sobre este cosmos del noroeste, recreado con profundidad, sosiego y altura.
Altura de miras: muy apropiada para un film cuyo tema tiene las proporciones de un océano.
Archilupo
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20 de diciembre de 2013
6 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
"Costa da Morte"; funesto nombre sobre el que hablan dos pescadores. Puede que aquí se venga a morir (esos naufragios causa de la denominación), sin embargo aquí la vida se abre paso vigorosamente ya sea en forma de paisaje natural o con la presencia humana. Quizás lo que más le achaco a la película es la falta de la presencia animal. No es que no aparezcan, pero las pocas veces que aparecen son totalmente a merced del ser humano (caza de zorros, rapa das bestas...). Aunque visto en cierto modo puede tener más sentido así (¿dónde está esa población de conejos que recuerdan los mayores de las aldeas?, ¿cuándo vemos un zorro si no es atropellado en una carretera comarcal?)

Lois Patiño (junto con Carla Andrade) viajó durante varios meses por la Costa da Morte en su furgoneta, con una cámara, buscando planos, momentos (paisajes nebulosos, el viento, un incendio...). A veces rodaba en la distancia a unos personajes y luego se acercaba a conversar con ellos para grabar los diálogos. Y es que el sonido de la película fue prácticamente en su totalidad creado en posproducción estableciendo una contraposición entre los grandes planos generales con los personajes alejados y el sonido de estos en primer plano.

El resultado es un cruce entre la observación pura y el costumbrismo galaico con más sentido del humor (¿"Koyanisqatsi" y "Mareas vivas"?). La interacción del hombre con el medio es el tema principal de la película; a veces es sutil y a veces salvaje. En los diálogos de los personajes (que son los que aportan el punto humorístico) se adivina un deseo (involuntario) de indagar en la huella genética legendaria de esta zona como una especie de trasunto de lo que hacía Lorca en su Romancero gitano (salvando las distancias) aunque a quien parafrasea es a Castelao: 'Nun entrar do home na paisaxe e da paisaxe no home creouse a vida eterna de Galiza'.

Así, la película de Lois Patiño es un interesante camino para el cine gallego que parece tener cierto éxito en los certámenes internacionales con este tipo de propuestas ("Arraianos" de Eloi Enciso también fue una película laureada en el circuito de festivales) ya que en lo que respecta al "cine comercial" seguimos con el mismo estancamiento de siempre.
Mister_Floppy
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27 de noviembre de 2014
5 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Con Costa da Morte, nos encontramos ante una obra abierta, cuya complejidad crece pareja a la intención interpretativa del receptor: desde una sucesión de bellas impresiones hasta la sospecha de que tras la imagen reside una firme intención autoral, un lenguaje establecido en torno a la contemplación del ser humano como una mancha diminuta impregnando el cosmos, de la relación entre hombre y naturaleza y de nuestro lugar en el mundo.

Colmada de planos secuencia donde la acción se resuelve antes del siguiente corte, destaca el uso magistral del gran plano general como sintagma preferido, el sonido como posibilidad de narración total, como si la cámara fuese el ojo de un dios que nos contempla desde muy arriba y escucha cada detalle, cada paso, sin intervenir en la historia. Lois Patiño nos muestra a esos seres humanos especiales, los gallegos (cuyos corazones son refugio último de una espiritualidad perdida), pobladores de un mundo marcado por el equilibrio entre la lucha contra las fuerzas de la naturaleza y la dependencia de sus recursos, por el contraste entre la relación con esa naturaleza en el pasado mítico y el presente posmoderno, donde gracias a la técnica el hombre cumple el sueño Baconiano de dominio y señorío sobre la physis.
Y la obra hace eso: mostrar, en un retorno a la esencia del cine, a la primacía del mostrar frente al decir, a la presunción de un espectador inteligente al que se otorga libertad interpretativa y tiempo en los encuadres generales para observar y ejercer su derecho de ser-simbólico. ¿Por qué decir, pudiendo no decir?

Un pasado, el de una Costa da Morte plagada de brumas y escarpados riscos azotados por el mar, que es perfecto escenario fecundo para mitos y leyendas cuyos ecos perduran y se mezclan con las costumbres industriales del presente, que llegan a nosotros a través de conversaciones cotidianas, aparentemente intrascendentes, a través de las cuales se filtra siempre parte de la verdad última del mundo: esa magia, esa mística es la que viene a recoger Costa da Morte, la reunión de los elementos: fuego, tierra, agua y aire, al que se añade uno más, luz descompuesta en las palas del faro, luz que se curva en lejanas masas de aire caliente, que tiñe el sensor digital como un hecho pictórico. ¿Hubiera sido posible la película sin la versatilidad y autonomía del sistema digital de grabación?

Dada su condición de producción pequeña (sin denostar su grandeza), el ensamblaje de la obra es más cercano a la artesanía y a un autor que suponemos viviendo y madurando el proceso de deshojar las esencias de lo que fuera para él aquella costa, que a la producción en cadena, artificiosa y tosca cuando el objeto a representar es la totalidad.

Por ello se discurre con gran libertad creativa, se permite un montaje más complejo y polisémico, en la inmensidad del encuadre la acción es constante, todos los elementos tienen espacio para desplazarse con sutileza, cada plano tiene distancia y duración suficientes para desarrollar una idea diferente sobre cada uno, cada corte es un nuevo interrogante ¿Qué quiere mostrar ahora?, cada plano es un esfuerzo, un reto y una recompensa estética.

También nosotros hacemos un camino como espectadores, sin esfuerzo alguno viajamos desde el oleaje abrupto al candor extremo de las llamas nocturnas, del frío viento nebuloso a la explosión de la piedra en la cantera (con sabor a Kiarostami y a cerezas), un viaje que recuerda a las grandes aspiraciones narrativas de Koyaanisqatsi y a la poética natural de Le Quattro Volte.
Es tan bella y tan compleja la relación del ser humano y su medio, que uno llega a desinteresarse por momentos viendo la película por las ficciones cotidianas de asesinatos, amor o suspense que rellenan la cartelera nacional, por historias concretas que vertebran películas que nos gustan, pues cada acción humana parece incapaz de traspasar el hecho de nuestra propia insignificancia frente a la vastedad inabarcable del mundo. No somos, y Costa da Morte da buena fe de ello, más allá de nuestra propia lucha por la supervivencia, una lucha hecha en silencio, y todos nuestros problemas, preocupaciones y dilemas, están precedidos por este hecho primitivo y salvaje.

No somos más que unos pequeños animales aferrados a una roca (cortante, porosa y resbaladiza), tratando de seguir haciendo lo nuestro hasta que el gran mar hace su amago perpetuo de engullirnos y destrozarnos con la más fría de las inocencias. Todas nuestras leyendas, religiones, sueños e ilusiones son un pequeño reducto simbólico de luz frente a la oscuridad, el caos y la incomprensible y descomunal naturaleza que nos da la vida, como un regalo que es un misterio en su reverso.

En Costa da Morte, en la luz de su paisaje polimorfo, algunos hallarán la muerte y otros "resucitarán", cada uno hallará su respuesta arrojada por el mar con la misma imprevisible poética con que arrastra hacia la pantalla los restos del naufragio de la cultura moderna occidental.
Frank sofinsky
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12 de enero de 2014
4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
El cine español está asistiendo a la generación de un grupo de cineastas muy jóvenes, debutantes en el terreno del largometraje algunos de ellos, que está cosechando un importante reconocimiento fuera de nuestras fronteras, en certámenes muy prestigiosos, y que mantiene una loable intención autoral, experimental o ensayística. Premiada en Locarno, COSTA DA MORTE, del gallego Lois Patiño se sitúa al frente de ese grupo de brillantes arriesgados: la proeza de su postulación es apasionantemente grandiosa.

COSTA DA MORTE, en apariecia, es la aproximación documental a ese singularísimo pasaje de la geografía gallega. Sin embargo, los presupuestos estilísticos que se autoimpone Patiño elevan lírica y conceptualmente la observación a la que el espectador es invitado. Mediante un continuo encadenado de bellísimos grandes planos panorámicos en los que las características geográficas del enclave quedan magníficamente encuadrados, el realizador nos propone una aprehensión espiritual, pictórica, sensorial y etérea de aquel lugar, que jamás cae en el esteticismo, que desprecia el primer plano de la figura humana, pero que, no obstante, utiliza la voz de determinados personajes para que del contraste entre la lejanía de unos seres humanos miniaturizados y la cercanía de esa genuina expresión, yuxtapuestos a la majestuosidad fotográfica lograda, emerja una imagen real asaetada de densidades pretéritas, eternas y legendarias. Una delicada proeza poética, abismal y reflexiva.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Musiczine
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18 de octubre de 2014
4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
«Lo bello es el comienzo de lo terrible que todavía podemos soportar.» Rilke

Aparentemente planificada como una colección de postales de temática recurrente -el mar, el monte, los oficios vinculados al entorno natural, los habitantes de los lugares-, lo que apunta inicialmente a algún tipo de indagación sobre el territorio deviene en elegía acerca del paisaje, y lo que parecía un vistazo antropológico a las gentes que la habitan termina por acercarse la una suerte de croquis de un carácter colectivo difícilmente describible en forma analítica.

Los ejes temáticos que aborda la película forman una lista sencilla: la actividad de los percebeiros, la explotación de los montes, la pesca, las mariscadoras, los puertos, los aerogeneradores, las fiestas populares, las iglesias, la minería y la caza. Todo aquello que, tanto en la Costa da Morte como en el conjunto de la Galicia costera, forma parte de lo que consideramos autoevidente: está ahí de forma aplastante, convivimos con su facticidad, somos testigos y habitantes de eso y, por lo tanto, tendemos a olvidar su presencia, o, más bien, nuestro reconocimiento funciona en un segundo plano inconsciente que pocas veces da el salto a la atención consciente.

Llama poderosamente la atención el contraste que inducen las panorámicas que vertebran la película: sobre un fondo natural que semeja ser infinito hay siempre, desparramados, un puñado de seres humanos. Dada la distancia desde la cual los observamos el efecto esperable sería que los consideráramos como manchas insignificantes en la pantalla, accidentes inapreciables en un decorado majestuoso e imponente. Sin embargo, el director lleva al primer plano las conversaciones y los sonidos de esas personas que vemos en la lejanía. La combinación entre la distancia visual y la cercanía sonora genera un efecto inesperado: las voces parecen salir del propio paisaje, actúan como voces en off que no están por encima de lo que vemos sino que su funcionamiento remite a una especie de expresión polifónica de alguna conciencia que habitara ese lugar, ajena nuestra mirada, ensimismada en su propio discurrir vital.

Esta dialéctica entre cercanía y lejanía estructura cada una de las postales que nos propone el director. Si la vista es el sentido del espectáculo y el oído juega el doble papel de sentido del espectáculo y de la intimidad al tiempo, esta superposición antiintuitiva de ambos da lugar aa una dimensión de la experiencia estética en la cual caben la fascinación ante lo infinito del paisaje, el voyeurismo ligado a esa pulsión escópica que nos lleva a querer verlo todo, y la sensación de familiaridad que se desprende de la escucha de lo ajeno. Una mezcla irresistible que cumple una función doble, seductora y comunicativa al tiempo.

No es este el único hallazgo formal con el que uno queda. Además del contraste entre los seres humanos y la inmensidad de la geografía física, está la tensión entre los humanos y sus herramientas, su tecnología, sus creaciones, objetos de dimensiones -a veces- no comparable a los de la naturaleza pero aun así impresionantes frente a la escala humana. Las grúas portuarias, los aerogeneradores, las campanas de los tejados de las iglesias, las motosierras y toda la infraestructura que sirve para procesar la madera, las canteras y los explosivos y la maquinaria con los que se trabaja: en todos ellos, las personas que están al mando son liliputienses que dominan la gigantes, seres minúsculos que gobiernan objetos construidos por el ser humano.

Por lo tanto la película construye su propuesta sobre estos tres vectores: humanidad, naturaleza y técnica, levantando un juego de combinaciones entre todos ellos que termina siendo una forma de revisar la vieja oposición entre lo inmanente (esas tecnologías inhumanas que nos humanizan) y lo trascendente (la idea de naturaleza y la escala inimaginable de sus tiempos).

La película no tiene demasiados diálogos. Pero los pocos que salpican el metraje forman un conglomerado de decires populares sobre la existencia, las particularidades de los trabajos, el tiempo atmosférico, la cultura y la historia e incluso sobre la propia naturaleza de esa "costa de la muerte" que referencia cada plano. El tono fatalista de la mayoría de ellos, los oximorones que inundan gran parte de las conversaciones y el acento festivo sobre acontecimientos macabros dan lugar a un contrapunto humorístico no calculado que signa algo así como uno cierto desapego hacia la existencia, un reconocimiento implícito de la imposibilidad de entender nada, un desconcierto vital colectivo compartido en silencio por esa muchedumbre que componemos la humanidad.

Y, como no, es imposible permanecer ajeno a la belleza incuestionable de cada uno de los planos. Sin efectismos, sin filtros ni manipulaciones, los planos fijos que componen la película sellan un pacto de amor entre el espectador y lo que este observa, que es una mezcla hipnótica entre grandiosidad e insignificancia, entre el mecanismo ciego de los procesos naturales y las actividades humanas destinadas a garantizar la supervivencia. Especialmente emocionantes, para quien esto escribe, resultan las escenas de los percebeiros agarrados a las rocas mientras el mar les pasa por encima y uno es consciente de que las vidas de esas personas cuelgan de un hilo tan delgado como la empuñadura de las rasquetas con las que permanecen amarrados a lo que tienen a mano.

Finalmente, dejar constancia de mi asombro: una película gallega al cien por cien que, casi por vez primera puede verse en las salas comerciales de este país, en cohabitación con los transformers de turno, los superhéroes marvelianos, los thrillers conspirativos, el escaso cine de autor que aún llega por aquí y las gotas de cinematografía exótica (china, japonesa, iraní) que caen de vez en cuando. Que cunda el ejemplo.
Doctor Zaius
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