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Los profesionales

Western. Aventuras Un poderoso hacendado tejano contrata a cuatro mercenarios, especialistas en misiones peligrosas, para que rescaten a su mujer, que ha sido secuestrada por Jesús Raza, cabecilla de una banda de revolucionarios mejicanos. (FILMAFFINITY)
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Críticas 48
Críticas ordenadas por utilidad
27 de julio de 2010
124 de 138 usuarios han encontrado esta crítica útil
En estos tiempos que corren, donde parece que los fluidos corporales son poco menos que una lacra, es un gustazo encontrarse con una película que dignifica el sudor.

El sudor es una secreción que nace de las entrañas, que fluye en estados de actividad intensa, de alerta, de excitación e incluso de placer. Claro que en el desierto de Sonora, a uno le sale el alma por los poros, especialmente si se es un mercenario en busca de un secuestrador que vale una recompensa de 10000 $. Hay que tenerlos bien puestos y haber sudado muchas camisas para hacer frente a toneladas de arena que penetran hasta el corazón, colinas donde un paso en falso significa la muerte o bandidos que matan por una botella de whisky.

Claro que trasladar todas esas sensaciones mediante el sudor al espectador sólo está al alcance de los profesionales: Un ex-militar especializado en táctica, un mujeriego experto en explosivos, un ducho arquero y rastreador, un ex-soldado amante de los caballos... todos a la caza de un revolucionario frío y calculador, quien tiene por amante a una diosa llamada Claudia Cardinale. Sólo ella es capaz de hacer del sudor algo excitante.

Pero una película coral necesita de un director de orquesta equilibrado, capaz de exprimir el talento de sus intérpretes de forma que el conjunto sea armónico. Y para ello nadie mejor que Richard Brooks, quien plasma magníficamente en imágenes un guión repleto de frases memorables (por una vez, lean lo que dice Boyero):

- ¿100000$ por una esposa? Debe ser mucha mujer.
- Algunas convierten a los niños en hombres, y a los hombres en niños

- ¿Cómo alguien enamoradizo como tú se hace dinamitero?
- Te lo diré. Yo nací con una fuerte pasión por crear. No sé escribir, ni pintar, ni cantar.
- Y provocas explosiones.
- Así se creó el mundo. La explosión más grande.

- ¿Piensas en algo que no sean mujeres, whisky y oro?
- Amigo, acabas de escribir mi epitafio.

Diálogos y personajes ambiguos, complejos, que destilan elegancia, personalidad y que huelen a desengaño, a sangre, lágrimas y sudor, siempre el sudor.

Una lástima que ahora ya no se sude, ahora se transpira. Y claro, ya no hay profesionales, sólo aficionados.
tantra
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24 de julio de 2009
81 de 101 usuarios han encontrado esta crítica útil
Ignoro hasta qué punto resulta higiénico y saludable enfrentarse a una peli como “Los profesionales” la noche más calurosa del año, pero os aseguro que hacerlo con el torso empapado en sudor y el gaznate más seco que el desierto de Mohave ayuda -y mucho- a empatizar instantáneamente con esos cuatro mercenarios románticos (Lancaster, Marvin, Ryan y Strode) que protagonizan este enorme western.

Entrado ya en situación, sin embargo, decidí prepararme un refrescante mojito para paliar los efectos de esa despiadada canícula que hacía estragos a ambos lados de la pantalla. Un par de sorbos después me sentí mejor, pero las infernales temperaturas reinantes en la frontera mejicana se habían cobrado ya su primera víctima. Afortunadamente todo quedó en una inocua insolación y ese cuarteto de tipos duros, bregados en mil y una batallas, pudo proseguir con la misión encomendada: liberar a la bella esposa (Cardinale) de un rico terrateniente (Bellamy) de las garras de un temible revolucionario (Palance).

Apurado mi primer buchito, decidí prepararme el segundo. En la terraza el aire caliente podía mascarse y un pegajoso bochorno pugnaba por dilatar todos y cada uno de los poros de mi cuerpo. Eran las 23:25 h. y el termómetro registraba 31º. Mientras tanto, la imagen de Lancaster colgado por los pies coincidía con la de una primera gota de sudor resbalando perezosa e implacablemente a lo largo de mi espina dorsal. Succioné con fruición lo que quedaba de mojito, le di al pause y fui a picar más hielo.

Preparado mi tercer trago, recapitulé sobre lo que estaba viendo. Por el momento la peli de Brooks evidenciaba ser un western muy bien armado que -a simple vista- discurría por los típicos derroteros del género ;) y que, merced a su estratosférico elenco, podía degustarse con el mismo deleite con el que un servidor estaba dando buena cuenta de su tercer añejo. Lo mejor, sin embargo, aún estaba por llegar. El rescate de María (bocatta di cardinale) y la consiguiente persecución de nuestros cuatro protas por parte de Raza (Palance) y los suyos elevaba el listón de la peli hasta niveles pura y genuinamente peckinpahianos. Le dí nuevamente al pause y trituré algo más de hielo. Sin lugar a dudas, necesitaba un nuevo lingotazo (¿el cuarto?) para combatir la pertinaz y abrasadora atmósfera que reinaba tanto en mi terraza como en la quebrada donde Palance y Lancaster sostenían, a punta de pistola, uno de los diálogos más crepusculares de la historia del género. Me froté los ojos y miré de reojo la botella de ron. Estaba prácticamente vacía, de acuerdo, pero esos diálogos no podían ser fruto de mi imaginación.

Diez o quince minutos después, cuando el pertinente THE END sobreimpresionaba los últimos fotogramas de aquella maravilla, comprendí dos cosas: que mi estado de embriaguez era algo más que sospechoso y que acababa de ver un western a-co-jo-nan-te.

Gracias, travis.
Taylor
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21 de enero de 2009
45 de 52 usuarios han encontrado esta crítica útil
Todo western aspira, como mínimo, a contarnos una descripción de personajes bien diferenciados y que enganchen, una historia de amor o de venganza (o ambas), grandes parajes abiertos y una música que, una vez terminada la película, no dejes de silbarla durante un día entero.
Bien, esta maravilla de Richard Brooks no solo cumple esos requisitos, sino que además transmite emociones a lo largo de sus dos horas de metraje, tarea complicada en el cine de hoy día.
Solo por ver a Lee Marvin, Burt Lancaster y a una bellísima Claudia Cardinale, si alguién no es aficionado a este genuino y moribundo género, debería darle una oportunidad...no les defraudará.
theGusmaker
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10 de noviembre de 2009
45 de 53 usuarios han encontrado esta crítica útil
Adelante. ¿Te han raptado a la novia? ¿Alguien ha secuestrado… algo que estimas?
Hay que llamarlos.
El jefe entrará primero. Traerá un sombrero de esos de la Policía Montada del Canadá, las cananas cruzadas en el pecho con cartuchos zorreros y cara de mala leche. Va directo al tema, con que pasa de hablar del tiempo. Es frío, parece escapado de un patíbulo y dispara a quemarropa.
Luego, con el que va detrás, cuidado también. Al principio creerás que ha entrado fumando un puro, pero cuando te des cuenta que lo que lleva en la boca es un petardo de dinamita empezarás a sentir un sudor frío y ciertos temblores que… como que te estás cagando. Lleva todos los bolsillos llenos de dinamita y sonríe como nadie: es encantador.
A continuación notarás que el aire está lleno de polvo, muy denso, pero es que el tercero, un poco tristón, es amante de los caballos. Y por fin el negro, rastrea como un indio experto y dispara flechas como cualquier indio también. Son un grupo de gente muy sentimental.
Durante la misión se encontraran con acción al más alto nivel. El ambiente se llenará de ideales, de fidelidad, de camaradería... Una obra indispensable que se hace entrañable con su musiquita de rancheras en cuñas oportunas. Unos diálogos fuera de serie sin desperdicio alguno. Y es que la revolución va mal... Como de costumbre.

Romanticismo puro.
floïd blue
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14 de julio de 2008
38 de 47 usuarios han encontrado esta crítica útil
-Así que tu quieres la perfección o nada. Ohh.. eres un romántico. La revolución es como la más bella historia de amor. Al principio ella es una diosa, una causa pura. Pero todos los amores tienen un terrible enemigo.
-El tiempo,-dijo interrumpiéndole con una sonrisa en la boca.-
-Tu la ves tal como es. La revolución no es como una diosa sino una mujerzuela. Nunca ha sido pura, ni virtuosa, ni perfecta. Así que huimos y encontramos otro amor, otra causa, pero sólo son asuntos mezquinos: LUJURIA pero no amor, PASIÓN pero sin compasión y la verdad es que sin un amor, sin una causa no somos nada.
Raskólnikov
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