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Montecarlo

Comedia. Romance. Musical La condesa Vera está a punto de contraer matrimonio con el estirado príncipe Otto, pero decide dejarle y se va a Montecarlo. Acude al casino, donde el conde Rudolph, hombre muy adinerado, se fija en ella. Le dice que, si le deja tocar su cabello, tendrá buena suerte en el juego. Ella se lo permite y empieza a ganar como por arte de magia. Tan impresionada queda por su cambio de suerte que, sin saber quién es, contrata a Rudolph en ... [+]
Críticas 4
Críticas ordenadas por utilidad
24 de julio de 2010
9 de 11 usuarios han encontrado esta crítica útil
Esta película se filmó en 1930. Estamos viendo trabajar a actores que tenían cerca de 30 años hace ochenta años, y que ya están muertos. Lubitsch también está muerto. Y, sin embargo...

... Si alguien me preguntase qué es el cine, yo le llevaría a una película así. Escenas como la de la doncella soñando el cuento de la lechera y haciendo números a solas, la canción cantada por teléfono, el escondite nocturno y búsqueda matutina de la llave del dormitorio, los muñecos que salen del reloj haciendo música... Nada de lo que se haya hecho en los últimos treinta años se le puede comparar en ingenio, en imaginación, en agudeza, en arte, en definitiva. Sin duda alguna, la carrera de Lubitsch es de las más redondas de toda la historia del cine.

Algún día, quizá dentro de otros ochenta años, volveremos al ingenio en el séptimo arte, porque tanta imagen, tanto sonido, tantos efectos especiales tienen que acabar saturándonos. En cuanto al ingenio, no es que hubiese saturado anteriormente; es, simplemente, que se perdió. Pero será necesario recuperarlo para no morir de aburrimiento. Tiene que volver a existir otro Lubitsch, tarde o temprano.
jfreyba
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26 de agosto de 2014
4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Hay películas que, desde que empiezan hasta que acaban son un completo desperdicio, porque la imaginación y el sentido artístico sencillamente no existen en la cabecita del director. Hay otras a las que hay que darles tiempo para que puedan atraparte, porque arrancan con escenas tan cotidianas que, la primera impresión, consigue desanimarnos un poco. También hay películas que arrancan de maravilla, pero de pronto se vienen al piso porque al director se le acaba el magnífico impulso que traía cuando empezó a hacerla o la historia no ofrece la suficiente continuidad narrativa. Y hay otras -las más escasas- que, desde que empiezan hasta que terminan, son brillantes y absorbentes… y uno queda ¡con la deliciosa sensación de haber visto una obra de arte!

¿A cual de estas categorías pertenece “MONTECARLO”?

El arranque es estupendo: En un día luminoso se va a celebrar la boda entre el duque Otto von Lebenheim y la condesa Helen Mara… y cuando el novio espera y el coro de palacio interpreta con gran euforia la canción “Day of days” (Que brille el sol / día glorioso que hace salir el sol…) al tiempo que algunos carteles, pegados en diversos sitios, auguran un día esplendoroso… al instante se suelta un aguacero, y la novia huye dejando el vestido colgado y subiéndose a un tren.

Lo que sigue tampoco es desdeñable, pues la novia fugitiva va a conocer al conde Rudolph Farriere, un hombre que, con el ánimo de acercarse a ella, se las ingeniará para reemplazar a su peluquero, así que la condesa no se entera de que es un aristócrata… y entonces, tendrá lugar otra de las simpáticas comedias de clase alta que tanto le gustaron al director Ernst Lubitsch y con las que varios éxitos cosechó en la industria hollywoodense,

La condesa Mara, encantadora y muy segura de sí misma, se está viendo en la penosa situación de sentir el acoso de sus acreedores, pero para su suerte, el peluquero no cobra y la doncella Bertha (la recordada ZaSu Pitts) comprende su situación. Lo que se aviene, contiene unos cuantos enredos, algunos diálogos chispeantes… y una refrescante empatía entre la actriz y soprano Jeanette McDonald, y el cantante y bailarín inglés Jack Buchanan, que hace que la historia resulte grata y consiga verse sin mayores objeciones. También Claud Allister -actor muy solicitado durante algunos años para hacer papeles de tontuelo-, hace muy bien lo suyo, creando la figura de un duque tolerante que verá con muy buenos que, Helen, sea la única mujer que ha sido capaz de decirle a su pretendiente (él) que acepta casarse motivada tan solo por su dinero. ¡Ah! Y muy buena la escena en la que se contrasta lo que sucede en la representación teatral de “Monsieur Beaucarie” con lo que ocurre entre el par de enamorados.

Una vez más, las canciones son a ratos lo menos interesante, pero se le abona a Lubitsch que haya sido el iniciador del acertado recurso de hacer que las letras sean, en todos los casos, una clara prolongación de los diálogos.

Sin ser una maravilla, "MONTECARLO" resulta en general bastante entretenida. ¿Será que abre entonces una nueva categoría?
Luis Guillermo Cardona
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17 de junio de 2019
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
La fina urdimbre del humor y del desenfado trenzan una comedia dinámica, enérgica y sutil en la E. Lubitsch deja la impronta de su excelente manera de dirigir asumiendo el argumento como un desafío para demostrar su suficiencia al contar una historia.
Sabe cómo dejar la sonrisa prendida en el rostro del espectador mediante el uso de una narrativa exquisita y elegante que no sólo implica el uso de elementos formales sino que, sobre todo, se manifiesta en la excelente factura cinematográfica de la película.
Se trata de una comedia musical henchida de romanticismo, de distinguida apostura y, sin olvidar que la filmación se estrenó en un muy lejano 1930, podría afirmarse que representa una de las obras cumbre de aquel todavía incipiente arte de comunicación.
Reseñar que J, Buchanan. J. MacDonald y C. Allister también dejaron constancia de sus excelentes dotes para seducir a la pantalla y al espectador..
ABSENTA
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10 de agosto de 2019
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Película de Lubitsch en los albores del sonoro ( 1930), se trata de una opereta musical que ya sentaría las bases de lo que luego serían los musicales propios de Hollywood ( canciones, cuyas letras se integran en el argumento) y donde, cómo no, veremos también todo el ingenio visual en la construcción de situaciones cómicas que Lubitsch era capaz de plasmar.
Teniendo en cuenta que estamos saliendo del cine mudo, en esta película no vamos a encontrar todavía unos diálogos especialmente afilados o cómicos, aunque tiene algunos muy jocosos, sino que yo diría más bien que toda la comedia se basa en gags visuales, donde sus famosas puertas, teléfonos, situaciones fuera de campo y comicidad resuelta con la utilización de objetos, te hace rendirte a una forma de cine que, irremediablemente, se ha perdido.
Para el espectador de hoy, es posible que esta película les resulte una reliquia y como tal la disfruten, pero yo creo que sigue teniendo muchas situaciones que, sorprendentemente, se siguen conservando frescas, aunque otras ya hayan quedado anticuadas y pastelosas.
Lo que no cabe discutir, es que esta manera de narrar una historia es única y, sólo por ello y también por la diversión que todavía produce, claro que sí, merece la pena verla, a pesar de sus noventa años transcurridos.
Una muchacha, huye de su prometido, un aristócrata, el día de su boda ( cuántas comedias románticas se hacen todavía con esta premisa). Tomará un tren hacia Montecarlo, decidida a jugarse el último dinero que le queda en el casino.
Allí conocerá a un hombre, quien alegará ser poseedor de buena suerte, si se le permite tocar su cabello.
Al día siguiente la muchacha, sin saber que es un conde que intenta ligar con ella, le contratará como su peluquero personal.
Estos tipos de argumentos se han copiado una y otra vez hasta la saciedad. Vean ustedes cómo resuelve Lubitsch los numerosos malentendidos. Si todo lo habían inventado ya.
Izeta
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