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La hija de Ryan

Drama. Romance Irlanda, 1916. Cuando Charles (Mitchum), un maestro rural viudo, vuelve de Dublín a su aldea natal, Rosy (Sarah Miles), una muchacha muy impulsiva, se encapricha con él y no parará hasta llevarlo al altar. Pero el matrimonio fracasa: Charles es un hombre maduro y sosegado mientras que su esposa es una joven muy apasionada y romántica que acaba enamorándose de un oficial inglés con el que se ve en secreto. (FILMAFFINITY)
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Críticas 70
Críticas ordenadas por utilidad
3 de marzo de 2006
244 de 256 usuarios han encontrado esta crítica útil
David Lean se retiró durante 14 años del cine debido a los furibundos ataques de la crítica neoyorquina contra esta película. Qué tragedia. Ya no tiene remedio: un autor deja de crear en el mejor momento artístico de su vida por culpa de unos plumillas ignorantes y soberbios.

La película es inmensa y su valor es doble porque se hizo justo en 1970: cuando comenzaba a perderse definitivamente el legado de los clásicos. Quien quiera ver cómo se narra, que contemple "La hija de Ryan". Quien quiera saber cómo se fotografía la naturaleza desatada, que no se pierda "La hija de Ryan". Quien desee conocer qué es una historia de amor en la pantalla -una auténtica, con personajes débiles, imperfectos, sujetos a la tensión entre la imagen que tienen de sí mismos y la que tienen los demás- tiene la obligación de ver "La hija de Ryan".

Un plano conduce a otro, una escena se funde con la siguiente, un personaje se introduce en la trama cuando otro acaba su función dramática. Quien quiera estudiar qué es el cine, que empiece o termine por "La hija de Ryan".
Talibán
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1 de febrero de 2009
96 de 101 usuarios han encontrado esta crítica útil
Films como “La hija de Ryan” constatan porque David Lean es uno de los mejores directores de la historia del cine. Un cineasta que supo narrar como pocos y que nos dejó como testamento cinematográfico una peli soberbia. Una obra maestra que permanece fiel a su libreto de estilo original y que, lamentablemente, suscribe el ocaso expresivo de aquello que conocemos como concepción ‘clásica’ del cine.

Rodada en impresionantes escenarios naturales de la costa occidental irlandesa, “La hija de Ryan” reproduce a la perfección ese terrible estigma que se cierne sobre unos personajes sometidos a la tiranía de un entorno natural y de unas circunstancias hostiles. Así pues (recogiendo el testigo de Lawrence, Yuri o Larissa) Rose también pugnará por escapar de su propio destino. Todo ello, claro está, en el marco de una historia de amor y lujuria desatada. Una historia en la que Lean corrobora, una vez más, su vertiente romántica más exacerbada.

Y es que, por desgracia, ya no se hacen pelis como ésta. Pelis que generaban pasta y oscars a mansalva. Pelis que venían enriquecidas con lecturas a diferentes niveles para que cada espectador disfrutara del espectáculo según sus propias exigencias. Pelis que contribuyeron, en definitiva, a hacer del cine un objeto artístico tan entretenido y popular como rebosante de calidad por los cuatro costados.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Taylor
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13 de abril de 2006
63 de 69 usuarios han encontrado esta crítica útil
Escrita por Robert Bolt, se inspira en "Madame Bovary" (1857), de Flaubert. Dirigida por David Lean, se rodó en la península de Dingle (County Clarc), con problemas de luz e inestabilidad climatológica. Dispuso de un presupuesto de 9 M de dólares. Producida por Anthony Havelock-Allan, se estrenó el 9-XI-1970. Obtuvo 2 Oscar (actor reparto y fotografía), otros 8 premios y 19 nominaciones.

La acción tiene lugar en un pequeño poblado de la costa occidental de Irlanda en 1916/17. Narra la historia de Rosy (Sarah Miles), hija del tabernero, de 20 años, que sueña con una vida elegante, refinada y educada y no se siente a gusto en la aldea. Cuando regresa Charles Shaughnessy (Robert Mitchum), maestro titular de la escuela, viudo, de más de 40 años, le elige como marido y se casan. Meses más tarde llega el comandante Randolph Doryan (Christopher Jones), mutilado de guerra, joven y apuesto, que asume el mando del destacamento militar británico del lugar. Entre Rosy y Doryan se establece un apasionado romance, que la hace conocer lo que es el verdadero amor.

La película muestra la estrechez de miras, envidias, celos, burlas y actitudes marginadoras, que caracterizan la vida colectiva de una población pequeña y aislada. Michael, el tonto del pueblo, discapacitado mental y físico, es objeto de mofas e impertinencias reiteradas, pese al apoyo público del padre Collins (Trevor Howard). Los sueños de Rosy la llevan a pasear sola por los alrededores de la aldea, vestida con elegancia y sombrilla, contraviniendo los hábitos de los aldeanos y provocando su espíritu punitivo. El comandante Doryan debe pasear una hora y media cada día a causa de sus heridas. El uniforme, la educación y la aureóla de héroe de guerra, fascinan a Rosy. Ambos, en los encuentros que tienen, comparten soledades y necesidades de afecto. Sobre estas bases, el relato dramático adquiere intensidad, verosimilitud y credibilidad. La mano de Lean le añade una cautivadora complejidad de fondo y una inusual habilidad narrativa.

La música, en la tercera colaboración de Jarre con Lean, aporta dramatismo, aires románticos y toques épicos contra la opresión. Fundidos en la banda general, se incluyen fragmentos de Beethoven, evocadores de libertad, amor y alegría; melodías celtas que exaltan la identidad nacional irlandesa; y fanfarrias militares que elogian el levantamiento irlandés de 1916. La fotografía acaricia el paisaje, muestra detalles sugerentes (mancha del techo, giradiscos), planos de profundidad y primeros planos (elegancia de Rosy). Resalta la expresión corporal de Michael. El guión incorpora personajes diversos y ambíguos, que enriquecen la fuerza dramática. Las interpretaciones de Miles, Mitchum y Howard son convincentes. John Mills borda el papel de paralítico cerebral. La dirección realiza una obra parsimoniosa, pensada para disfrutadores que se conceden tiempos amplios para el goce y el deleite.

Película no apta para pesonas apresuradas, dadas a infravalorar las emociones.
Miquel
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22 de agosto de 2008
65 de 85 usuarios han encontrado esta crítica útil
Obra maestra de la Hª del Cine. Filme de máxima calidad y calificación.


La hija de Ryan, Rosy (Sara Miles), vive en una aldea costera, periférica y cerrada de Irlanda. Es una joven bella que se ha criado con mimos y cuidados, de tal manera que por esto mismo es instruida y goza de un cierto aire de distinción que difícilmente se halla en ese lugar.

A su edad el cuerpo y la mente le piden pasión y aventura. Los jóvenes que hay donde ella vive resultan muy por debajo de su grado cultural, sensibilidad y sueños, no están a su altura, lo cual hace que la muchacha ponga sus ojos calientes en el único hombre que sí está a su nivel e incluso por encima de ella intelectualmente, aunque casi la doble en edad, el maestro rural del lugar, llamado Charles (Robert Mitchum).

Dado que Rosy tiene las hormonas y el deseo sexual a elevada temperatura y no ve a su alcance a nadie más apto para ella (según sus horizontes de grandeza) que al maestro de la aldea, entonces va y se le declara. Éste, que es un hombre tranquilo, sabio, bueno y pacífico, le contesta: «Esto es algo que acostumbra a suceder: una jovencita enamorada del profesor. No es más que imaginación. Tú has confundido un espejuelo barato con el sol.»

Pero como le profesa admiración y sigue siendo el menos malo de los candidatos existentes en el lugar, Rosy seduce a este hombre maduro y poco apasionado.

Charles continúa razonándole con prospectiva: «Tú fuiste hecha para el ancho mundo, no para este lugar, en cambio yo nací para él; no saldría bien, sé que no saldría bien. (...) La verdad es que el venir tú aquí y decir lo que has dicho es el único motivo que he tenido jamás para sentirme orgulloso, pero piensa que yo sólo te he hablado de Byron, de Beethoven, del capitán Blood, y yo no soy uno de ellos. (...) Ser joven no es motivo para ahorcar a nadie pero tal vez sí debería serlo el que un hombre maduro trate de robar la juventud de una muchacha, me refiero a un hombre como yo y a una muchacha como tú.»

Mas ella insiste e insiste y con su magnetismo sensual lo cautiva, de forma que Charles cede a matrimoniarse con ella. No es que de repente haya dejado de ser responsable, es que como hombre se le desatan los deseos, no es de piedra.

Rosy espera que la satisfacción de la carne le haga "volar". Pero una vez casados, a pesar que él cumple con ella correctamente en el apartado sexual y es un excelente marido, Rosy le confiesa al averiguador Padre Collins (Trevor Howard) que ella no es feliz. El cura la cuestiona preguntándole que si tiene a un hombre bueno, si goza de una situación economía más que suficiente, si además tiene salud, ¿qué más quiere?; y le insta a conformarse, pues no hay más satisfacciones que estas con las que cuenta y que para sí quisieran muchos seres humanos.

Pero Rosy le replica que sí, que ella cree que tiene que haber ALGO MÁS. (Prosigue en la zona "spoiler")

Fej Delvahe
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Fej Delvahe
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14 de marzo de 2015
43 de 47 usuarios han encontrado esta crítica útil
El punto de partida es una adaptación de “Madame Bovary” realizada por Robert Bolt, pero David Lean se impuso hacer suya la historia, cambiando tanto la época como el contexto histórico, convirtiéndola en un relato de amor, adulterio, traición y redención con el telón de fondo de la lucha por la independencia de Irlanda en la retaguardia de la I Guerra Mundial. La trama resultante es sencilla: una jovencita alocada, inquieta y soñadora, no contenta con casarse con su idealizado maestro del pueblo, acaba viviendo una tórrida pasión sexual con un militar británico – que representa a las ‘fuerzas de ocupación’ – en un costero y bucólico villorrio periférico de Irlanda, escindido entre la Gran Guerra y una insurgencia auspiciada por la iglesia y otras fuerzas vivas de la comarca.

Hay muchas películas en esta película y casi todas ellas invocan, equivocadamente, la historia de un fracaso. Lo que quizás – para evitar malos entendidos y la obcecación de una crítica más interesada en lo anecdótico que en lo esencial – debió de nacer como una modesta historia de cine independiente, tuvo la desgracia de ser concebida, elaborada y estrenada como una onerosa superproducción británica (que no hollywoodiense, otro de los malentendidos que la han lastrado). Y se la ha prejuzgado en función del dinero que costó y no en función de sus innumerables méritos artísticos.

Baste enumerar dos escenas para ilustrar el obsesivo perfeccionismo y la memorable creatividad de David Lean: la indómita secuencia de la pavorosa tormenta – rodada en acantilados reales, durante una verdadera e infernal tempestad – obteniéndose un efecto vívido e impactante, aún hoy no igualado ni superado. Y muy especialmente, por su refinado virtuosismo e indeleble abandono del realismo más rancio, obtuso y obsoleto: la consumación culposa, en mitad del bosque, del amor entre la adúltera esposa y su atormentado amante. Es la muestra de que el denostado clasicismo con que se etiqueta acremente al director no deja apreciar y saborear su subversiva inventiva vanguardista, donde las potentes imágenes oníricas y surrealistas suspenden todo vínculo con la realidad – creando así un equivalente visual a la desbocada y enajenante experiencia sensorial de sus protagonistas.

El papel más laborioso de cubrir fue el del maestro de escuela – necesario contrapunto flemático a las locuras de la protagonista. Lo rechazaron Gregory Peck, Paul Scofiled y George C. Scott y al final el elegido fue Robert Mitchum. Y si bien la relación entre la estrella americana y el director británico fue pésima – teniendo que mediar entre ellos la coprotagonista, Sarah Miles – el resultado obtenido es memorable y muy satisfactorio. Su mirada doliente y rendida ilumina todo el metraje y confiere una serena gravedad difícil de igualar.

“La hija de Ryan” es una radical loa a la libertad e independencia personal más allá de todo convencionalismo. Ella se atreve a hacer lo que nadie en el pueblo se ha permitido soñar: vencer la rutina e insatisfacción sexual a través de una loca aventura extramarital. El pueblo envidioso – caterva de tarados e hipócritas – convierte al único espíritu libre que habita entre ellos en humillado objeto de su escarnio y vilipendio. Es en este mensaje reivindicativo de la libertad de la mujer que la cinta demuestra su total modernidad moral y estética, sin sermones ni discursos, con la sola vehemencia arrolladora de sus imágenes.
antonalva
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