Dolorosa indiferencia

Podría dedicar el resto de su vida a dar respuesta a tales interrogantes. ¿O quizá no? Quizá podría responder a al menos los más importantes en poco tiempo si siguiese reflexionando... Difícil saberlo.
Estaba perdido en un barrizal, en un gigantesco y oscuro pantano, y se le acababa el tiempo. El mundo a su alrededor. Seres y objetos. Nada podría cambiar la situación. No eran más que una espesa niebla sobre aquel tenebroso pantano. Meros objetos carentes de atención.
La única conclusión que podía sacar era que el tiempo había borrado sus huellas y que difícilmente podría salir de ese atolladero.
El tiempo. El mismo que transcurrió impasible después del suceso que cambió su vida, fuente de todas sus dudas. El mismo que enterró vuelve a desenterrar. Pero lo desenterrado y lo enterrado ya no es lo mismo. Hace tiempo que dejó de serlo.
Llegado a este punto la esperanza es algo lejano y desgastado, obsoleto.
La existencia es un barrizal. Un enorme estanque de lodo del que ya es imposible salir. El tiempo se agota. Existencia fantasma. Indiferencia. Indiferencia respecto a todo y a todos. ¿Dolorosa? No, no puede ser dolorosa cuando no se puede sentir.

Así como un cuento puede ocurrir por el atisbo, por la fisura, por el intersticio, del mismo modo la sutura argumental de un film puede suceder por la mixtura plástica, por la excusa, o por los disparos. La trama acontece en una matriz no diacrónica, en el agua.

En este film se destaca la compostura pictórica, la estereotipación actoral, la leve brisa sarcástica, la imbricación.

Sokurov apela a los archivos, al desconcierto, al martillazo.

Resulta entonces un largometraje saturado, ultraóptico, jocoso.

Una delicia extendida, un poema barroco.

Rafael Teicher