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Llamando a las puertas del cielo

Drama Para Howard Spence (Sam Shepard), un viejo actor de westerns, los buenos tiempos han quedado atrás. Fue amado por muchas mujeres y tuvo una vida llena de escándalos y relaciones tormentosas. Actualmente con más de cincuenta años, su vida transcurre entre la bebida, las mujeres y el hastío de sí mismo. Un día, plenamente consciente de su vacío interior, emprende la búsqueda de sus raíces. (FILMAFFINITY)
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Críticas 16
Críticas ordenadas por utilidad
31 de octubre de 2007
22 de 33 usuarios han encontrado esta crítica útil
Plásticamente Wenders se lo curra. De ello no me cabe la más mínima duda. El alemán registra minuciosamente paisaje e imaginería norteamericana como ya nos tiene acostumbrados. La banda sonora apuntala, y mucho, una correcta sucesión de planos y secuencias de irreprochable factura. Incluso me atrevería a afirmar que, por momentos, el alemán consigue transmitirnos algo de ese hastío, de esa profunda melancolía que presuntamente soporta, como una pesada losa, Howard Spence.

Pero esos momentos, esos retazos deslavazados, no son suficientes. La peli, globalmente, acaba naufragando por falta de pulso, por falta de intensidad..., por falta de mística. Wenders no consigue atrapar al espectador. Bueno, al menos no pudo atraparme a mi. Wim rueda periscópicamente, sin ardor, sin rozarnos la piel...

Por lo que respecta al trabajo actoral, tan sólo añadir que Shepard cumple... sin más. No obstante, ese rol que tan bien asumían Brando, Newman o McQueen no lo acaba de alcanzar el bueno de Sam. Del resto del elenco destacaría levemente a Jessica Lange. Ahí voy a ser deliberadamente subjetivo. Necesito propagar a los cuatro vientos la inmejorable percha que aún conserva la de Minnesota 25 años después de caldear medio planeta con el remake de “El cartero siempre llama dos veces”. Quien tuvo, retuvo.

Sarah Polley y Tim Roth pasan de puntillas, semidesaparecidos, en una peli de excesivas ínfulas que no consigue ir más allá por tediosa, tibia y desangelada.
Taylor
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24 de septiembre de 2007
12 de 15 usuarios han encontrado esta crítica útil
Estamos en el set de rodaje de un western. Estamos, una vez más en el cine dentro del cine, esa extraña conjunción que entusiasma (o lo hacía antes) a los cinéfilos y aburre soberanamente al resto de los mortales. Así comienza el recorrido de un actor en horas bajas bien interpretado por Sam Shepard en la búsqueda de sí mismo.

El ritmo lo impone Shepard, que perjura no recaer, portarse bien, olvidar su agitada vida y buscar a continuación el combinado de güisqui perfecto. El personaje principal lleva las riendas imponiéndonos sus lagunas, sus silencios meditativos, sus fundidos en negro cuando decide no pensar. Aquel que tilde la película de lenta y pesada puede que nunca haya ido a la búsqueda de su yo más recóndito, que no haya perseguido las respuestas de sus propias preguntas. Ese estado aterrador del hombre donde el tiempo se detiene y nada ocurre a tu alrededor.

Wenders conjuga una bella fotografía, unas grandes melodías y una impresionante forma de rodar que me fascina.
Chagolate con churros
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8 de octubre de 2006
10 de 14 usuarios han encontrado esta crítica útil
No es, claro está, la mejor película de Wenders, pero está a la altura de otras grandes producciones. La historia es muy buena, los personajes están muy bien definidos, y el ritmo es muy adecuado. Sam Shepard hace suyo el papel de actor cawboy acabado; de Sara Polley no se puede decir nada malo, tiene una dulzura natural que sobrepasa la pantalla, y el resto de actores también hacen un buen trabajo.

La música en esta ocasión también es excelente, no como en "Paris, Texas", pero sobresale para llevarnos al mundo Wenders. Los decorados, los escenarios, la fotografía, y sobretodo la dirección son notables, como el film. Una película muy original y agradable.
Sersolo
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5 de mayo de 2008
11 de 18 usuarios han encontrado esta crítica útil
Se está rodando un western y el actor protagonista, de repente, desaparece. Todo el mundo lo busca como loco y un agente de la compañía de seguros de la productora sale a la caza del prófugo para recordarle las obligaciones que su contrato le impone y traerlo de vuelta.
Howard Spence, actor cincuentón que desde su juventud se ha labrado la fama como protagonista de westerns, está hastiado de todo. Está cansado de juergas, de relaciones fugaces, de orgías, de meterse de todo en el cuerpo, de ver pasar vertiginosamente a un montón de extraños que nada significan para él, de escándalos y de dar con sus huesos en diversas comisarías. Ha llegado a un extremo en el que la verdad desnuda se impone: está envejeciendo y se encuentra solo en el mundo, perdido en un vacío que empieza a asustarle.
Por esa causa, un día lo deja todo y se marcha sin decir nada a nadie. Sin dar justificaciones ni explicaciones.
En esta película, que posee más de comedia ácida y socarrona que de drama, una estrella de cine harta de desórdenes, de falta de objetivos y de verdadera compañía decide abandonar (o esa es su intención inicial) el mundanal ruido, por lo menos en buena parte, e irse a buscar algo de sí mismo en las personas a las que mucho tiempo atrás dejó en la estacada y que son las únicas que le han querido de veras.
Pero el regreso a esa parte auténtica de sí mismo que aún pervive no va a resultar una tarea sencilla... Y él no está acostumbrado a mirar a la vida a la cara.
Wim Wenders, con un aire irónicamente cómico, hace salir a la arena y circular por las carreteras de los desiertos a un antihéroe decadente, algo patético y gastado por la mala vida, al que se le ha encendido ese piloto rojo que le avisa que ya es momento de poner sus asuntos en orden. Seguimos, con aire divertido, sus titubeantes intentos por acometer, por primera vez en su existencia, los mayores retos a los que se ha enfrentado y por aceptar las consecuencias de sus actos pasados.
Sam Shepard se halla cómodo en su desenfadado y simpático papel, y si hay una secundaria que destaca por encima de todos, llegando a hacer empalidecer al mismísimo Shepard, es Sarah Polley. En sus apariciones, transforma las escenas con su halo de serenidad y aceptación y las convierte en momentos de dulce drama que irradian paz y madurez.
El 7 que le doy a la película es por ella. Si no, se habría quedado en el 6.
Wenders continúa con su afición a esa mezcla entre road-movie y western contemporáneo sin vaqueros ni pistoleros, pero sí con el escenario de los desiertos que son una metáfora de las personas que vagan a solas entre el polvo inclemente de unas carreteras interminables cuyo final es difícil de entrever por su lejanía. Entre los vientos secos que arrastran las voces quedas de la tierra. Entre lugares de paso que incitan al olvido mientras se avanza en pos del propio rastro.
De nuevo, la música con aires country termina de completar el conjunto.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Vivoleyendo
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30 de enero de 2007
5 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
El actor de westerns Howard Spence (Sam Shepard) rompe con su rutilante devenir diario y desaparece del rodaje en el que está trabajando, sin dar explicaciones a nadie.
En su escapada, que parece ser una ruptura con todo vestigio de vida actual, no tiener un rumbo fijo, sino más bien emprende un viaje a la deriva, dejándose llevar por el viento, y cortando amarras con todo aquello que pueda volver a unirle con el espacio y el tiempo en el que vive, móvil y tarjetas de crédito incluidas.
El resto de la historia, que no desvelo, nos cuenta el viaje interior que Howard hace al desierto de su vacía vida, y la lucha que mantiene su instinto paternal que amenaza con despertar y decir aquí estoy, contra el decrépito y espiraloide estilo de vida que no pretende dejarle escapar sin resistencia (papel que se encarga de representar el agente de seguros Tim Roth).
Es una película de personajes, de esas que los grandes actores aprovechan para lucirse, como el propio Shepard, la fantástica Jessica Lange, Tim Roth, o en menor medida Eve Marie Saint, Sarah Polle, o el eterno secundario Gabriel Mann, todos ellos a gran altura.
Los espacios abiertos y desérticos, la ciudad casi vacía, y el casino resplandeciente de luces y zombis, no son unos simples decorados exteriores, sino la representación del vacío interior del protagonista, su propio mundo por dentro y por fuera. Mundo que da vueltas por su cabeza en la magnífica escena del sofá, viaje interior en el que desde la ventanilla de ese tren a dos ruedas que ha sido su vida, que por una vez se ha parado permitiéndole ver el paisaje, hace un repaso a sí mismo, y acaba viéndose como el náufrago del mundo vasto pero desolado que él mismo ha ido perfilando con sus correrías. Dos horas de película intimista, sensible a la vez que desgarradora, que suena a cuentas pendientes, a contriciones esperando, y a interrogantes que se abren y cierran sin contenido alguno en su interior. Un agridulce contraste entre la delicadeza y las bondades de los personajes femeninos y la arisca y descarriada vida de los masculinos. Un gran trabajo de Wenders a la altura de sus otras grandes obras.
Perro Feroz Amarillo
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