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El viaje a ninguna parte

Drama. Comedia Franquismo, años cuarenta. En una compañía de cómicos de la legua medio emparentados entre sí, aunque no recuerdan con precisión cuál es su parentesco, surgen amores y desamores. Hay separaciones dolorosas y encuentros felices; el trabajo se entremezcla con el amor, los problemas económicos con los familiares, y el hambre con el sueño de alcanzar el triunfo. (FILMAFFINITY)
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Críticas 56
Críticas ordenadas por utilidad
1 de diciembre de 2007
97 de 103 usuarios han encontrado esta crítica útil
Bajo el punto de vista del recuerdo, y no precisamente de la nostalgia, se cuenta este deambular de una serie de gente que iba de pueblo en pueblo, de tasca en tasca, y de batacazo tras batacazo, a leer unos textos con el mayor cariño del mundo, y con un hambre matadora.

Es una auténtica oda dedicada a un oficio jodido: el de actor. Narra la búsqueda de apaciguar el hambre con lo único que saben hacer y lo que han hecho siempre, que es actuar, ya sea bien o mal. Porque aspirar a la gloria es un chiste de mal gusto. Son los últimos eslabones de una cadena que se acerca a su fin, a la definitiva derrota. Al que las películas, los nuevos tiempos, la indiferencia del público, o vete tú a saber qué, han tocado de muerte.

Es una película en la que reina el sentimiento, y un retrato de la amargura formidable, pero muy disperso e irregular, tanto, como la carrera de un actor. Las interpretaciones de Fernando Fernán-Gómez, José Sacristán, Juan Diego y Agustín González son descomunales, sobre todo la del primero. Qué decir de ese señor, ese gran actor, esa presencia delante y detrás de una cámara, ese talento para conversar, bueno, y seguramente para lo que le diese la gana. Esta película es una muestra de ese inmenso talento, sin ir más lejos una de las escenas más grandes del film es en la que le dan un papel de extra a Fernando, tan desternillante como amarga.

Pero lo que voy a recordar de esta película no es el monólogo de José Sacristán como ese actor invisible, no al individuo, sino al grupo. Esos cómicos recorriendo los pueblos, con tristeza, con esfuerzo, con penas, pero por amor al arte. Ojalá que este viaje tan grande lo sigan continuando los artistas, y que sigan llegando a esa parte desconocida de nosotros para que nos sigan haciendo disfrutar. Gran película.
GVD
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19 de junio de 2009
70 de 75 usuarios han encontrado esta crítica útil
La filmografía española es pródiga en películas que transcurren entre el golpe de estado de Franco y la posguerra española. La mayoría de ellas son mediocres o, todo lo más, llevaderas pero, aún así, también las hay buenas. Algunas, incluso, excelentes. “El viaje a ninguna parte” pertenece, sin lugar a dudas, a esta última especie.

La considero excelente porque no abundan en el panorama cinematográfico estatal demasiadas pelis tan bien dirigidas, tan bien narradas y tan bien interpretadas. Pero no sólo eso. El gran logro de Fernán-Gómez estriba, fundamentalmente, en haber sabido transferir el espíritu de su novela a la gran pantalla. Un sentido homenaje, literario y cinematográfico, a esa farándula mesetaria que, desgraciadamente, terminaría desapareciendo ante la implacable dictadura del fútbol y el cine. Me gustaría subrayar, por otro lado, la contundencia lírica y simbólica del título: “El viaje a ninguna parte”. Igual os parece una chorrada pero…¡Menudo título! Me encanta, en serio. Es poético, melancólico, desolador... No es nadie este Fernán-Gómez: actor, director, guionista, dramaturgo... Nuestro Orson Welles, dicen. Yo lo veo más bien como un humanista del cinquecento. Como un Leonardo da Vinci perpetuamente encabronado. Pero bueno, esa es una impresión subjetiva. Sin más.

Os recomiendo, en cualquier caso, que cuando decidáis ver la peli os dejéis seducir durante las dos horas y media que dura. Ciento cincuenta minutos de cine en mayúsculas durante los cuales podréis disfrutar de un viaje repleto de ternura y aflicción. Os resumo el plan de viaje:

Actuaremos en cafés de mala muerte, en locales deprimentes, en establos adecentados para la ocasión. Dormiremos en posadas sórdidas, cutres, inmundas... Comeremos poco y mal. Algún día, con suerte, podremos emborracharnos. Y echar un polvo, tal vez. Haremos y desharemos maletas; montaremos y desmontaremos decorados de cartón; cortaremos y recompondremos guiones demasiado largos y pretenciosos. Nos engañarán, engañaremos a algunos y nos engañaremos a nosotros mismos. Porque somos actores. Porque somos cómicos. Galanes o tunantes ¡qué más da! Reiremos y lloraremos. Pero, sobre todo, recorreremos muchos kilómetros. Cientos de kilómetros. Sin rumbo fijo, como trotamundos. En autobús, furgoneta, a pié... Y, aún así, seremos felices. Seremos felices porque a pesar de todos estos avatares, de todas estas penurias, miserias y adversidades estaremos haciendo lo que siempre quisimos hacer. Hasta la muerte.
Taylor
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7 de enero de 2007
62 de 84 usuarios han encontrado esta crítica útil
Aunque en los años ochenta la estética hortera se iba imponiendo cada vez más de la mano de los Almodóvar y compañía todavía quedaban artistas e intelectuales como Fernando Fernán Gómez que aportaban algo de tablas al triste panorama cultural del felipismo.

Los Premios Goya que nacieron en 1987 tuvieron uno de los mejores inicios que pudieron jamás soñar al tener como película ganadora a “El viaje a ninguna parte”, ya que estamos hablando de una de las mejores películas españolas de la década.

Es curioso que esta película no sea apenas conocida fuera de nuestras fronteras y resulta aún más patético que una y otra vez se patrocine y se subvencione películas para acudir a festivales internacionales que dan una imagen de España bastante equivocada, presentando un cine de marujeos y sectarismos ideológicos que poco ayudan a la reconciliación cultural.

Pero volviendo a la película en cuestión decir que “El viaje a ninguna parte” tiene todo aquello que necesita una película para ser muy buena: Un extraordinario guión con unos diálogos soberbios, una auténtica nómina de buenos actores y una dirección modélica con la cámara puesta donde tiene que estar sin necesidad de ser afectado por el baile de sambito.

Y el hombre que hace posible este milagro es nuestro Orson Welles español,
Fernando Fernán Gómez. Erudito, polivalente, intelectual y bastante a contrapelo. Un hombre que tiene un Goya como director, otro como guionista dos por actor principal y otro más por actor secundario nos da una idea de la dimensión de este todo. Y encima es un novelista de primera magnitud. En Alemania es uno de los españoles más admirados; normal, los germanos son gente seria.

Es verdad que su trayectoria como director está llena de obras irregularidades y de otras bastante olvidables eso es evidente, sin embargo cuando acierta lo hace de pleno, como es en este caso regalándonos una de sus tres mejores películas.

Las interpretaciones son inolvidables, en especial la de José Sacristán en estado de gracia, pero también otros como Agustín González que lo borda como empresario teatral tacaño.

¿Qué le falta para ser perfecta? Pues muy poca cosa, pero es cierto que la música del filme no acompaña en absoluto ya que es excesivamente fría y urbana . Faltaba un Jesús Gluck componiendo un tema emotivo.

También un cierto ensimismamiento con la profesión de los cómicos hace que se pueda producir un ligero distanciamiento con el gran público. Es una película endogámica y eso provoca indiferencia.

Dos horas de magia cinematográfica made in Spain.

Nota: 9.4
vircenguetorix
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8 de marzo de 2010
38 de 41 usuarios han encontrado esta crítica útil
La frugalidad del tiempo y de la vida. La frugalidad en la mesa y el sufrimiento en las caras. El camino de tierra y ¡qué ancha es Castilla! aunque llueva o el sol azote.

No es, y nunca quiso serlo, un retrato de la España de posguerra. Es más una leyenda. Un pequeño cuento de empedernidos perdedores que aún teniendo la certeza de seguir una vida anacrónica continúan zangoloteando por el mañana. Quizá soñando y quizá queriendo soñar para olvidar. Es una historia de personajes que viven intentando resucitar el pasado:

“Este teatro nuestro, de los caminos, está dando las últimas boqueadas.”


Debió Fernán-Gómez, quedarse por los pueblos. Dejarnos como escena final, al propio director caminado (a ninguna parte) de espaldas junto a María Luisa Ponte.

Antonio Machado escribió: “Bueno es recordar, las viejas palabras que han de volver a sonar.” "Viaje a ninguna parte" es un recordatorio de una forma de hacer gran cine, de escribir buena literatura y de sentir un tiempo ajeno como propio.

Creo que es de humanos el seguir viajando incluso cuando lo hacemos a ninguna parte. Forma parte de nuestra naturaleza contestataria. Reprimimos nuestro sentido de la supervivencia para no cohibir nuestros sentimientos o ideales. Es absurdo, pero humano, como esta película.


“¿Son algo ocho años en una vida que va para los setenta? A Un relámpago nada más”.

Un relámpago es la vida. Eléctrica, rápida, peligrosa, zigzagueante y luminosa.

Es mejor, dice Fernán-Gómez, vivir la vida como uno desee, aunque sea mirando el pasado.
Chagolate con churros
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25 de agosto de 2005
40 de 47 usuarios han encontrado esta crítica útil
Es Fernando Fernán Gómez el artista español más completo del siglo XX; y no por más completo menos genial. Novelista, dramaturgo, actor y director de cine, ha cosechado en sus diversas facetas importantes premios como el Lope de Vega, el Goya o el Príncipe de Asturias.

En “El viaje a ninguna parte” realiza una perfecta misión de cine de autor. Así recoge la novela que él mismo escribió y la plasma en un guión que convierte en los cimientos de la que es una de las más grandes películas del cine español, reservándose para su interpretación el papel de Don Arturo, alma de la compañía ambulante, y dejando no obstante para lucimiento de un brillante José Sacristán el protagonista Carlos Galván... Historia de una vida que recuerda un hombre lleno de ilusiones y que nos lleva a un final desolador en la que es una obra tan hermosa como triste. Cómicos que recorren los caminos en el crepúsculo de una profesión y a los que dan perfecta vida las buenas interpretaciones entre las que merece también destacarse la de Juan Diego.

La nostalgia es el poso que nos deja esta película. Nostalgia de tiempos pasados, de lugares y pueblos, de funciones ambulantes, del ocaso de lo que pudo ser y nunca fue... “¡Ay, Galván, hijo y nieto de Galvanes!”, recuerda Maldonado constantemente a su amigo como buscando perpetuar su linaje que viene de las plazas, de las tascas y los cafés, de la carretera que juntos recorren con lo puesto y alguna maleta.
Pedro
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