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Dios mío, ¿pero qué te hemos hecho?

Comedia Claude y Marie Verneuil, un matrimonio católico y muy conservador, tienen cuatro hijas, a las que han tratado de inculcar sus valores y principios. Sin embargo, las chicas solo les han dado disgustos: la mayor se casó con un musulmán; la segunda, con un judío, y la tercera, con un chino. El matrimonio deposita todas sus esperanzas en la hija menor, esperando que, al menos ella, se case por la iglesia. (FILMAFFINITY)
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Críticas 94
Críticas ordenadas por utilidad
23 de diciembre de 2014
60 de 89 usuarios han encontrado esta crítica útil
El género de la comedia es un terreno siempre atractivo, siempre difícil y siempre agradecido cuando se acierta. Y nos damos cuenta (y echamos en falta) del talento ímprobo de un Billy Wilder, por ejemplo, cuando nos enfrentamos a una descafeinada retahíla de chistes fáciles y previsibles encadenados sin apenas gracia ni arte por un director francés adocenado e insignificante como es Philippe de Chauveron. Tan sin encanto, tan sin sustancia, tan carente de interés que se hace difícil escribir siquiera unas líneas sobre este patético taquillazo, bochornoso atiborre de gracejo insulso y descafeinando sobre las vulgaridades más trilladas de la burguesía gaullista francesa (equivalente a la derecha española, para entendernos).

¿Qué gracia tiene que las cuatro hijas de un acomodado matrimonio se casen con cuatro machos inmaculados de adscripciones culturales dispersas? ¿Qué supuesta chispa tiene apilar tópicos intrascendentes e insípidos sobre judíos, musulmanes, chinos y africanos? ¿Qué nos aporta – sobre la complejidad y variedad de las relaciones humanas – ver retratado a un matrimonio francés cincuentón que se revuelve como gato espachurrado porque sus alocadas hijas padecen un desatino recalcitrante a la hora de casarse? No se aborda ningún problema o dificultad real (¿qué habría pasado si alguna de las hijas hubiera optado por traer a una muy francesa representante de su mismo sexo en vez de encadenar el macho alfa correspondiente de la etnia excéntrica de turno?), no se aborda nada que no sea previsible, chabacano y banal.

Con una premisa tan endeble es difícil urdir algo que tenga el mínimo interés y trascienda sus obvias y notorias limitaciones. Que todos los actores sean bastante buenos y parezcan disfrutar de sus superficiales cometidos hace más llevadera esta fugaz comedia de inmediato olvido. El oficio actoral proporciona un anclaje que el guion desatiende por completo. No hay capacidad de sorpresa alguna, no se pasa en ningún momento de la apenas esbozada sonrisa resignada, no hay desenlace digno de tal nombre, no hay progresión ni dramática ni simpática, no queda sino esperar resignado que el vacuo afán por distraer se cierre cuanto antes para poder pasar a alguna actividad de más provecho o enjundia.

La necesidad de escaparse de la realidad o de reírnos de lo inmediato (donde nos reconocemos o reconocemos situaciones cotidianas) es loable e imprescindible. Pero el exceso de conformismo, la mojigatería, el convencionalismo son pobre urdimbre para una comedia de costumbres. Quizás en vídeo tenga un pase, pero pagando, resulta un gasto innecesario.
antonalva
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3 de julio de 2014
53 de 78 usuarios han encontrado esta crítica útil
Nos encontramos ante una de las comedias francesas más ágiles de los últimos tiempos. Hoy en día, en una Francia encerrada en si misma y con miedo a la globalización, donde la inmigración es percibida para muchos como una amenaza (como se puede ver en la subida espectacular de la extrema derecha), esta comedia aborda con gracia y buen gusto el tema del racismo oculto. No se trata del racista que se dedica a dar palizas a los inmigrantes en el metro, sino de un racista aburguesado que intenta ser abierto y tolerante pero al que lo pierde el subconsciente.

Esta comedia podía haber sido mucho más gruesa, con chistes al estilo yanqui pero el buen hacer de los franceses logra que se mantenga un punto "elegante" a pesar de la mala leche, de los mil chistes y de las situaciones exageradas. Nunca se acaba de perder cierta sutilidad. No sé si el doblaje español estará bien o si se entenderán las referencias a la cultura francesa (gaullismo, inmigración argelina...), supongo que es una de esas películas que se deben ver en la lengua original. La película lleva más de 12 semanas en cartelera y la sala sigue llena de franceses que no dejan de reír.

Los actores están realmente divertidos, especialmente los hombres, el guión es simple pero funciona como un reloj. En resumen, no se puede pedir más de una comedia que nos quiere hacer reír a base de los tópicos de las diferentes culturas.
MUTEN
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20 de diciembre de 2014
21 de 28 usuarios han encontrado esta crítica útil
La comedia de la temporada del cine francés, que cuenta con una premisa bastante similar al mayor taquillazo español del año, “Ocho apellidos vascos”; con la diferencia que, mientras esta última, al igual que pasaba con la también francesa “Bienvenidos al norte” explota los tópicos y las diferencias entre las regiones, lo que limita el alcance de la mayor parte de su humor al ámbito nacional. En cambio, las diferencias entre los personajes de “¿Dios mío, ¿pero qué te hemos hecho?” son mucho más universales, ya que no se basan en las distinciones entre dos regiones, ni siquiera de dos naciones, sino entre varias culturas (o religiones) diferentes. Puede que el matrimonio burgués y conservador testigo de cómo sus cuatro hijas se casan con un musulmán, un judío, un chino y un negro, que aquí nos encontramos sean franceses, pero podrían haber sido trasladados a cualquier otro país occidental sin necesidad de demasiados cambios.

Como ya apunta la premisa, el mayor peso de la trama (y de las situaciones cómicas) se apoya en las diferencias culturales, el hecho de que entre en tu familia una persona de otra cultura, etnia o religión, y los prejuicios entre éstos. Otro punto en común con la ya mencionada obra de Emilio Martínez-Lázaro es que ambas, pese a tratar temas tan espinosos como pueden ser ETA o el conflicto entre Palestina e Israel, en ningún momento salen del políticamente correcto humor blanco, pero no por ello perdiendo su efectividad. En ese aspecto, aciertan a no dibujar a los inesperados yernos (y sobre todo, a la familia del último de éstos) como si fueran ángeles perfectos y todo bondadosos, a los que el público se viera obligado a aceptar, simplemente, por su absoluta ausencia de maldad. En cambió, huyendo del maniqueísmo moralista, se muestran en todo momento como seres humanos, con virtudes y defectos similares al resto de los mortales, pero manteniendo sus características propias de su respectiva cultura.

El punto más flojo de la obra, sin duda alguna, es la insuficiente profundidad de todos los personajes; especialmente en el caso de las hijas, que salvo con la pintora-depresiva (que aun así, estas dos características no son suficientes para un personaje ni medianamente bien definido), del resto a parte de un par de menciones a su profesión, que tampoco resultan demasiado relevantes, no sabemos absolutamente nada sobre ellas. Aunque esto se compensa en parte por las correctas interpretaciones, donde destacan por encima del resto las de los veteranos Chantal Lauby y Christian Clavier. En cambio, su mayor baza a favor sea su ritmo, prácticamente carente de puntos bajos, que va “dejando caer” los momentos de mayor acierto cómico a buena distancia entre ellos: sin amontonarlos, ni dejando grandes “desiertos”. A lo que ayuda un montaje muy acertado, que en más de una ocasión colabora con éxito a la comicidad.

Una buena comedia para un mundo que cada día es poco a poco más universal, y afortunadamente, cada vez un poco más tolerante con el resto. Si esta obra tiene un mensaje, es que los prejuicios por muy grandes que sean, y por muy insalvables que parezcan las diferencias, siempre es posible derrotar esas dos barreras con voluntad mutua. Puede pecar de ser una visión, a día de hoy, todavía muy optimista, pero a veces hace falta para combatir el pesimismo del día a día. Y para eso, la risa siempre es una perfecta aliada.
Time Bandit
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4 de enero de 2015
23 de 33 usuarios han encontrado esta crítica útil
¿Sí? Pues te va a resultar muy familiar el matrimonio de negros de esta peli, porque ambos clichés, ups, digo, personajes, están robados íntegramente de aquella telecomedia de los 90.

Desde luego que para gustos están los colores y etcétera etcétera, pero lo de esta película me impresiona. Uno de los mayores éxitos en Francia de los últimos años, y por lo que me pareció en la sala, aquí en España también le va a ir bastante bien, y yo... mientras veía esta cosa flipaba cada vez más con cada nuevo chiste chorra y cada carcajada del público en respuesta.

La película, aparte de tener unos personajes carentes totalmente de personalidad en su mayoría, y un puñado de ellos con un único rasgo de identidad (la llorona, el padre irascible, alias "Carl Winslow", la madre razonable, alias "Harriet Winslow", ehmmm... para de contar), es hipócrita a más no poder, y juega con dos barajas. Al mismo tiempo que hace sátira de que los papás sean unos racistas por mucho que lo nieguen, la propia peli saca el 90% de su humor de explotar todos los clichés raciales del mundo (cada personaje es definido única y exclusivamente por sus estereotipos raciales: el chino es un bienqueda, el árabe y el judio son unos camorristas...), pretendiendo denunciar los prejuicios al mismo tiempo que el propio guión demuestra tenerlos. Los actores, no sé si quizás por culpa del doblaje, hacen un trabajo pobrísimo y "encarnan" unos papeles sin la menor profundidad (las tres hijas, quitando a a llorona, se llevan la palma: no tienen ni un solo rasgo de personalidad), y no sé si por su culpa o por culpa del director o quizá del cutre guión, carecen totalmente de tempo cómico. Sueltan sus frases, ponen caras y fuera.

El guión parece escrito sobre la marcha según rodaban y sin hacer ningún esfuerzo por la verosimilitud o la más mínima complejidad: de repente el padre anuncia, por las buenas y sin ninguna preparación del guión, algo muy importante en la trama (o que debería serlo), esta subtrama salida de la nada dura unos veinte minutos, y seguidamente se la sacan de encima de la misma manera incongruente y cutre, en plan "¡bah, qué más da lo que ponga el guión tres páginas atrás!".

Pocas veces en mi vida he sentido mayor desconexión con el resto del público en una sala de cine como en la escena en que el cura se entera de que el siguiente novio iba a ser negro. En la pantalla el actor ponía una serie de caras sin sentido, la gente se desgañitaba de la risa, yo flipaba...
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Hugo
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11 de enero de 2015
22 de 35 usuarios han encontrado esta crítica útil
La película más taquillera en Francia (“Dios mío, ¿pero qué te hemos hecho?”) y el filme que ha arrastrado más público en España a los cines (“8 apellidos vascos”) a lo largo del 2014 tienen como denominador común que se ríen de los tópicos acendrados tanto en la cultura francesa como en la española, respectivamente. También tienen en común que son dos comedias de consumo fácil, humor blandengue, personajes estereotipados, que en el fondo tienen buen corazón, y unos gags predecibles. Y precisamente por eso 12 millones de franceses han decidido pagar una entrada para reírse de sí mismos (elocuente es la escena en la que la variopinta familia canta La Marsellesa).
“Dios mío, ¿pero qué te hemos hecho?” se sitúa en la órbita de títulos recientes como “Bienvenidos al Norte” (2008), en la que se hacía hincapié en las diferencias generales entre los habitantes del Norte y el Sur de Francia, “Bienvenidos al Sur” (2010), que era la versión italiana de la anterior o “Nada que declarar” (2011), que daba pábulo al humor pseudo racista entre los galos y los belgas. Precisamente, en la frase “yo no soy racista, pero...” se fundamenta el argumento de esta casquivana comedia. Un francés de pura cepa (que encarna el popular Christian Clavier, conocido por “Los visitantes”, 1993) ve cómo tres de sus hijas contraen matrimonio con un chino, un musulmán y un judío. La cuarta tiene un novio de raza negra. Esto que podría parecer el principio de un chiste, refleja una realidad actual: el 20% de los matrimonios galos son mixtos. Y de hecho, el director se ha inspirado en su propia familia para pergeñar este curioso argumento. Realizador, por cierto, desconocido por estos lares ya que de sus cinco películas esta es la primera que se estrena en España, de lo cual me alegro encarecidamente. De todas formas, no se convertirá en la película predilecta de Marine Le Pen, la líder de la extrema derecha francesa.
En cierta manera “Dios mío, ¿pero qué te hemos hecho?” es la actualización del cine del inefable cómico francés Louis de Funès, que protagonizó en los 60 y 70 un puñado de filmes de dudoso gusto, pero que hicieron fortuna en la audiencia francesa, como lo hicieron en la española las andanzas de paleto entrañable que encarnaba Paco Martínez Soria o en la italiana el procaz y escatológico Alvaro Vitali.
Esta exitosa (comercialmente hablando) película se encuentra en las antípodas de ácidas e irreverentes comedias recientes como la también francesa “Louise-Michel” (2008), que se mofaba inteligentemente de los despidos laborales masivos o la británica “Four Lions” (2011), que se reía brillantemente del terrorismo islámico. Aunque la cinta de Phillipe de Chauveron no propicie una crítica demasiado elaborada sí que plantea una pregunta interesante: ¿Existe el público medio o se fabrica? El hecho de que las productoras, las distribuidoras y las salas de exhibición en muchos casos forman parte de la misma corporación facilitan la creación de un consumidor estándar. Por cierto, algunas comedias francesas recientes más recomendables son “La cena de los idiotas”, (1998) “Después de usted” (2003) o “Pequeñas mentiras sin importancia” (2010).
Benjamín Reyes
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