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Gritos y susurros

Drama Ante la proximidad de la muerte de una de ellas, tres hermanas se reúnen en la vieja mansión familiar. Una vez en la casa, comienzan a recordar el pasado, y cuando la enferma entra en la agonía desvela la parte más oscura y tortuosa de su vida. (FILMAFFINITY)
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Críticas 83
Críticas ordenadas por utilidad
6 de abril de 2008
180 de 194 usuarios han encontrado esta crítica útil
Film nº 33 de Ingmar Bergman, escrito y dirigido por él a los 54 años. Se rueda en Taxinge-Nasby (Suecia), con un presupuesto de 400 mil dólares. Nominado a 5 Oscar, gana uno (fotografía). Producido por Lars-Owe Carlberg, se estrena el 21-XII-1972 (NYC).

La acción tiene lugar en una mansión solariega suiza, en los primeros años del s. XX. Se reúnen en la mansión familiar, ahora propiedad de Agnes (Andersson), sus hermanas Karin (Thulin) y María (Ullmann). Agnes se halla enferma de cáncer de matriz. La asiste su sirvienta Ann (Sylwan), que lleva 12 años con ella.

El film es un drama que desarrolla una historia de mujeres. Sólo aparecen fugazmente 4 hombres: los maridos de Karin y María, el médico y el pastor luterano. Está considerado como uno de los films más femeninos del realizador. El guión elabora un estudio bien matizado y diferenciado de los caracteres protagonistas. Karin es reservada, fría y hostil y no soporta al marido. María es frívola e insegura, engaña al marido y no le asiste cuando le pide ayuda. Ann es discreta, leal y de buen corazón. Agnes y Anna, solteras, son amantes.

Bergman dedica la obra a glosar una de sus principales obsesiones, la muerte. Analiza su influenica sobre las personas y sus relaciones con el dolor, el valor efímero de la vida, las relaciones familiares, el silencio y la ausencia de Dios. Para el realizador, la muerte es un tránsito doloroso, cruel y desolador, que frustra las ilusiones de inmortalidad y trascendencia. De paso se refiere a otras obsesiones, como la infidelidad conyugal, las disfunciones del matrimonio, la incomunicación, la soledad, la religión, el masallá, etc. Incorpora al relato elementos tomados del cine de terror (besos vampíricos y muertos que en sueños vuelven a la vida).

El film se presenta inmerso en color rojo oscuro, que se hace presente a través del papel que cubre las paredes, las alfombras, las cortinas, los fundidos, etc. Para Bergman el rojo evoca la sangre, la muerte y la espiritualidad. Se sirve de la voz en off del narrador, flashbacks que muestran el pasado, primeros y primerísimos planos que captan sentimientos en momentos de extrema emoción. Recurre a elipsis y a supuestos (conversación de María y Karin sin que se oiga la voz). Se sirve de símbolos convencionales, como el reloj (paso del tiempo). Crea imágenes que evocan símbolos: cuando Ann acuna a Agnes para aliviar el dolor, compone una imagen de "La Piedad".

La música incorpora unos pocos fragmentos breves de piano ("Mazurca, op. 17/4", de Chopin) y cello ("Suite nº 5 para cello solo", de J.S. Bach), que inspiran sentimientos y emociones acordes con el relato. La fotografía, de Sven Nykvist, construye imágenes de gran belleza y potente esteticismo. Hace un uso expresionista del color (rojo, blanco, negro). Las interpretaciones de las 4 protagonistas son magníficas. Película sobrecogedora.
Miquel
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9 de diciembre de 2013
108 de 111 usuarios han encontrado esta crítica útil
Incluso si tienes el peor día de tu vida, esta devastadora historia, es capaz de hacerte gozar. El cine de Bergman, despierta a las personas, es un enfrentamiento con uno mismo y un aprendizaje continuo. Y eso, jamás puede ser malo.

El encuentro de dos hermanas (Ingrid Thulin y Liv Ullmann) que acuden a cuidar a su enferma hermana (Harriet Andersson) sirve de pretexto para hablar de la envidia, el miedo, la soledad, el cinismo... De lo egoístas que somos los seres humanos. Es una historia demoledora. Verdaderamente demoledora.

Con una banda sonora prácticamente inexistente, como si la presencia constante de la muerte enmudeciera las notas de Bach y Chopin. El silencio, los gritos y susurros y el tic, tac del reloj marcan el ritmo de la película, junto al color Rojo y las velas...

Se podría hablar de tantas cosas que no acabaría nunca. A modo de apunte solo comentaré una cosa: la duda, tema eterno en la filmografía de Bergman, en el personaje del cura: "Su fe era mucho más firme que la mía".

Una extraordinaria película, con una magnífica fotografía de Nykvist, donde la muerte está más presente que nunca, con unas interpretaciones sublimes que aguantan los primeros planos con maestría y veracidad.

Un verdadero placer, como siempre.
play it again Sam
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8 de febrero de 2007
100 de 112 usuarios han encontrado esta crítica útil
Unos genéricos sobre fondo rojo y el sonsonete de una campana sumergen al espectador en Viskningar och rop. Ya desde la primera secuencia Ingmar Bergman muestra sus cartas: una mansión enorme casi vacía con unos relojes omnipresentes y una decoración dominada por un intenso rojo; allí una mujer, que duerme en paz, despierta en el dolor... El uso de la imagen metafórica es el recurso de Bergman para conmover y mover a la reflexión sobre los más secretos resortes del alma humana.

Cuatro son los frágiles personajes, cuatro mujeres que sustentan el drama; Anna, la criada de la familia, devota y maternal; Agnes, presa de una enfermedad terminal; Maria, hermana de Agnes, frívola y egoísta; y Karin, la otra hermana, distante y circunspecta. La incomunicación dificulta las relaciones, por lo que los personajes revelan sus confesiones ante la cámara que funde en rojo sus primeros planos con los hechos o los sueños que les martirizan...
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Kick'Em Ars
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10 de abril de 2008
56 de 62 usuarios han encontrado esta crítica útil
Las obras de Bergman son terriblemente difíciles de asimilar y analizar. El excéntrico director sueco avanza muchísimo más allá de la superficie y ahonda directamente en la parte más irracional e incomprensible del espíritu humano.
No olvidemos que estamos hechos de impulsos viscerales, de miedos, de pasiones, de contradicciones, de lagunas, de ilógica, de imprevisibilidad y de intemporalidad. Nos engañamos y creamos una ficticia sensación de seguridad inventando fachadas de autocontrol, racionalidad, lógica, linealidad temporal, comportamientos y sentimientos admitidos socialmente... Como en una pintura de Renoir que muestra paisajes serenos y voluptuosos con estallidos cromáticos, por los que pasean damas aparentemente despreocupadas con vaporosos vestidos y sombrillas blancos... Escenas equilibradas en apariencia, armoniosas, bajo cuya paz superficial tal vez laten las pulsaciones de las almas inmortalizadas en el retrato. Los ojos pueden captar la luz, los colores, las formas, las siluetas. Pero, ¿qué hay debajo?
Bergman, cuando contempla una pintura, cuando contempla cualquier creación, cuando contempla un ser humano, dedica solamente la atención justa al envoltorio exterior, a lo meramente sensorial, para taladrar con su mirada aguda lo que se oculta debajo. El envoltorio es apenas una leve tapadera que él sabe utilizar con maestría para recrear espléndidamente los ambientes, y conoce lo bastante su valor para saber emplearlo y crear una antesala a las verdaderas emociones. Juega con los fondos, bien estudiados. Nada es casual. Un jardín exuberante, una mansión aristocrática. Los tonos, las luces y sombras que resaltan u oscurecen. Bergman reconoce la importancia de los elementos externos y con ellos da lugar a un clima envolvente y sugestivo que emboba casi de forma imperceptible los sentidos del espectador. La veterana y experta fotografía es un testigo ocular más que va trazando una compleja radiografía de lo que se ve con los ojos y lo que se ve con el alma.
Si Bergman, como en el caso que nos incumbe ahora, se centra en una familia acomodada de finales del siglo XIX o principios del XX, cuyo núcleo central son tres hermanas, no se va a conformar con pintar un fresco vistoso y simple. Va a explorar con una sonda invisible pero incisiva lo más inquietante, angustioso, escabroso y pulsante de cada personaje. No se va a limitar a narrar sin más una historia frívola de las hermanas y de quienes las rodean. Va a sondear, incluso despiadadamente, sus inconfesables interiores, sus impulsos e instintos más profundos. Si otros directores se conforman con lo exterior, él presenta a las personas desde su más volcánico y frío interior.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Vivoleyendo
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27 de junio de 2010
43 de 46 usuarios han encontrado esta crítica útil
1) Suenan campanillas y amanece en una mansión campestre. La primera luz da en árboles majestuosos. Tras un fundido en rojo (habrá muchos), varios relojes, sus latidos y timbres, oscilar de péndulos. Tiempo en acción. Como su efecto, gente en las habitaciones, dormida, vencida, respiración resonante. En el silencio, tic-tac inexorable, recurso que se reiterará hasta la redundancia.

2) Los fundidos enlazan escenas actuales o traen recuerdos. O primerísimos planos de cada una de las cuatro protagonistas mirando a cámara. Personas.

3) Tres hermanas y una criada, Anna.

Muy enferma Agnes (Harriet Andersson, intensa). Rostro contraído por el sufrimiento. Se levanta, voluntariosa da cuerda a relojes. En su diario escribe que el dolor no cesa, que sus hermanas han venido y se relevan con Anna.

Seca, severa y controladora Karin (Ingrid Thulin). Trama hilos en un pequeño telar.

Sentimental y superficial Maria (Liv Ullmann), contempla una casa de muñecas. Con el médico intenta viejos escarceos.

En Anna (Kari Sylwan), la criada, vemos la bondad sencilla cuando reza por su hijita muerta.

Por el diario de la desahuciada Agnes sabemos lo tormentoso de la relación infantil con su madre. Buscaba su amor y obtenía regaños y distancia.

4) Bergman recapitula su cine. La frescura de los primeros films da paso a un manierismo: sobre seguro, con recursos probados, calculando el efecto dramático. Los interiores (suelo, paredes, cortinas) son de un rojo intenso y perturbador; los ropajes, casi siempre blancos.

5) El dramatismo alcanza excepcional tensión en tres o cuatro momentos, aparte del espeluznante paroxismo de los estertores, crudo si no sirviera tan bien para dibujar el carácter de las hermanas.

Karin y su marido cenan en silencio. Envarados, remotos, gélidos. Se OYEN comer. Dos personas comiendo, sin más, y eso lo dice todo.

La criada le quita a Karin cien refajos, corsés y enaguas, y le pone el camisón con que irá al dormitorio, a atentar contra el débito conyugal, la base del matrimonio. Se revela lo imperioso e ingrato de la mentalidad burguesa.

Maria también es incapaz de entrega, de auxiliar a su marido ensangrentado.

6) Claro contrapunto entre la silenciosa criada, que da a la enferma afecto neto, corporal, materno, y las hermanas burguesas, llenas de odio, frivolidad y cólera, sin noción de caridad.

7) La índole mezquina de los matrimonios burgueses, pintada sin piedad por Bergman, casi justifica la dura plegaria del reverendo: ruega a la divinidad que se digne conceder un sentido a las vidas, situadas en un mundo sucio, bajo un cielo vacío.

Pero el diario de Agnes indica que antes de llegar sus hermanas y cuñados ella ha conocido el contacto entre almas, la gracia, y ha disfrutado la plenitud del instante.

8) Esta contraposición se potencia hasta lo trascendental al trazarse ante la muerte, que todo lo desnuda.

Igual que en “Como en un espejo”, hay atisbo de esperanza en la comunicación humana.
Archilupo
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