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El manantial de la doncella

Drama Suecia, siglo XIV. Como cada verano, una doncella debe hacer la ofrenda de las velas en el altar de la Virgen. El rey Töre envía a su hija Karin en compañía de Ingrid, una muchacha que odia a Karin en secreto. Antes de cruzar el bosque, Ingrid se detiene y abandona a la princesa, pero la muchacha prosigue su camino y se encuentra con unos pastores, aparentemente afables, que la invitan a compartir su comida. (FILMAFFINITY)
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Críticas 73
Críticas ordenadas por utilidad
16 de octubre de 2005
161 de 170 usuarios han encontrado esta crítica útil
Bergman adapta una leyenda medieval según la cual allá dónde fue asesinada y violada una virginal doncella manará un manantial de agua pura. Una historia hermosísima y cruel a partes iguales que da pie a una obra maestra arrebatadora y perfecta, dónde el algo criticado guión de Ulla Isaksson no cabe duda de que también está a la soberbia altura del conjunto.
Bergman capta, envuelto en la soberana, luminosa y blanquecina fotografía de Sven Nykvist y de su primorosa puesta en escena, de forma magistral, el empozoñado ambiente del medievo, como ya lo hiciese en "El séptimo sello" y a partir de ahí construye una película tan sobria y elegante, como compleja e inquietante, un film que congela pero que a la vez desprende las llamaradas de cine infinito, feroz y rebelde de las obras maestras.
"El manantial de la doncella" es una reflexión agudísima y sublime acerca de muchos de los grandes temas bergmanianos: la Pureza, el Pecado, la superchería, la determinista Religión, el Dolor, el Perdón, la existencia de Dios (si existe de Bergman se desprende una y otra vez que es alguien muy imperfecto que determina la propia imperfección del siempre torpe ser humano), la Angustia vital y existencial, el peso de las tradiciones...Todo ello en una atmósfera tragicamente hermosa y desgarradoramente poética en medio de un paisaje descarnado, brutal e inhumano.
Bergman plantea que la frugalida y el naturalismo del entorno son rotos por los hombres, irracionales e inconexos a la armónica Naturaleza.
Memorable de cabo a rabo, resulta especialmente inolvidable en el personaje de von Sydow, un hombre cabal y muy religioso al que el asesinato de su hija conduce a la Duda y al abismo de la ley del Talión. Así, no hay redención ni expiación para nada ni nadie y la pureza, la inocencia, la esencia, la panacea, el recodo, en fin, se queda en la Naturaleza, en una maravillosa escena final.
De esta forma, "El manantial de la doncella" se erige en obra cumbre de su maestro y del Cine, aquí pleno dominador de su oficio, para el que fue un superdotado a fin de conjugar y complementar distintos niveles de percepción, reflexión y lectura. Y esta película es un ejemplo sublime y arrebatador de todo ello. Imprescindible obra maestra.
kafka
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20 de abril de 2008
111 de 123 usuarios han encontrado esta crítica útil
Film nº 21 de Bergman. El guión de Ulla Isaksson adapta la balada anónima "Törens dotter i vänge", basada en una leyenda medieval de Suecia. Se rueda en exteriores de Dalarnas län (Suecia) y en los platós de Svensk Filmindustri (Estocolmo). Como film de habla no inglesa gana un Oscar y un Globo de oro. Producido por Allan Ekelund y Bergman, se estrena el 8-II-1960 (Suecia).

La acción tiene lugar en Suecia, en el s. XIV, en verano. Karin (Pettersson), única hija viva de Herr Töre (Sydow) y de Märeta (Valberg), es enviada por el padre a hacer la ofrenda estival de velas a la Virgen en compañía de Ingeri (Lindblom). Antes de adentrarse en el bosque, Ingeri se separa de Karin, a la que sigue de lejos. En pleno bosque Karin se topa con tres hermanos pastores: un joven, un niño y un sordomudo.

El film suma drama, crimen y horror. Reproduce trazos de la historia blíblica de Job. Corresponde a la segunda etapa del realizador, marcada por las obsesiones religiosas y la preocupación por el silencio y la ausencia de Dios. Forman parte de esta etapa 11 films ("El séptimo sello", "Fresas salvajes", "El rostro", etc.).

A partir de un guión ajeno, Bergman construye un film estilizado y de gran sobriedad. El relato, de gran sencillez narrativa, hace uso de una admirable economía de medios. Crea una atmósfera inquietante y sombría, que gradualmente gana intensidad harta tornarse desgarradora hacia el final. Luce una espléndida puesta en escena y ofrece unas interpretaciones austeras, comedidas y precisas. Contrasta el bien y el mal, Dios y el diablo, la inocencia y el deso, la ingenuidad y la realidad de la vida, la pureza y la concupiscencia, la virtud y el pecado, la piedad y los deseos de venganza, etc. Sobre todo enfrenta, en un marco de desesperanza, al dios pagano, Odín, capaz de imponer muerte y destrucción, con el Dios cristiano, que calla, no salva a los suyos y sólo hace brotar un manantial de aguas puras.

Pasa revista a sus obsesiones (pecado, culpabilidad, sexo, muerte, religión...). Ve la maldad como una realidad consistente y rotunda, frente a la bondad efímera y frágil. Explora las causas de la angustia del ser humano, que relaciona con los sentimientos de culpa, el remordimiento, la improbabilidad luterana del perdón y la asuencia/silencio de Dios. Se sirve de signos y símbolos, como el sapo negro, augurio de crimen y muerte. El manantial, anuncio de vida y resurrección, hace revivir la inocencia y la pureza en forma de aguas limpias y fecundas. En el contexto de una sociedad primitiva, como la medieval, propone una seria reflexión sobre la venganza individual.

La música, de Erik Nordgren, escasa, aporta dos composiciones: una de flauta y otra de silbato-vibráfono, que glosan y elogian la inocencia. La fotografía, de Svenk Nykvist, en B/N, realista y expresionista, ofrece imágenes de gran fuerza y sorprendente belleza. Las realza con encuadres atrevidos y un gran dominio de la luz y el claroscuro. Soberbia película.
Miquel
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6 de noviembre de 2008
54 de 59 usuarios han encontrado esta crítica útil
En este drama de época, Bergman vuelve su mirada hacia el pasado remoto de Suecia y da lugar a un lacerante argumento obtenido de una antigua leyenda de tradición popular.
El ilustre realizador consigue, como siempre hace, trascender lo meramente temporal y circunstancial y no se contenta con representar unas vidas, unos hechos concretos ni una historia que se quede obsoleta. Lo que él representa son esas características de nuestra especie humana que permanecen a lo largo de los siglos: los vínculos familiares y fraternos, las inquietudes morales y religiosas, los interrogantes sobre la presencia de lo divino como un asidero para nuestro temor a la muerte y a la nada; la inocencia y la belleza amenazadas por la perfidia, los bajos instintos, la crueldad; la desesperación, la culpa, el odio…
Transportándonos al siglo XIV, Bergman de nuevo agarra las entrañas del espectador y las retuerce descarnadamente. Esta es una de esas películas que planean obsesivamente por el recuerdo durante mucho tiempo, y probablemente para siempre, porque cualquiera que se deje impresionar por la brutal crudeza de las imágenes no podrá olvidar en un prolongado lapso los terribles sucesos acontecidos. Uno incluso llega a sentir asco de pertenecer a la especie humana, porque las personas son los únicos seres vivos del planeta que hacen daño y destruyen a sus congéneres por mero placer, por depravación y/o por simple capricho.
Otra vez la apabullante complejidad del universo Bergman se cierne sobre un receptor sufriente y con la sensibilidad a flor de piel. El desarrollo, que se decanta por una apariencia sencilla y llana rozada por momentos de turbadora reflexión, esconde las preguntas más recurrentes, las que todos nos formulamos alguna vez, casi siempre sin respuestas, y los pinchazos de un trayecto de pesadilla sembrado de cardos y de ortigas que hieren el alma.
El peligro está anunciado desde el comienzo.
Ingrid, la pobre moza que realiza faenas domésticas en el austero hogar del rey Töre, va a ser madre soltera. Un aviso de que la virtud y la inocencia son espejismos cuando alrededor sólo hay corrupción… Además, ella cree secretamente en Odín (reminiscencia de las viejas creencias populares de las épocas vikingas, en un territorio donde, en el siglo XIV, el cristianismo estaba ya plenamente extendido desde siglos atrás) y suele invocarlo cuando se siente perdida. Aquí están presentes la dudas religiosas del director, una de sus más reiteradas temáticas, en la forma de un brote hereje que se resiste a la imposición generalizada del culto religioso mayoritario.
El rey y la reina han mimado mucho a su única hija Karin, la han sobreprotegido y le conceden todos sus caprichos. Ella es una joven hermosa, ingenua y dulce, que conserva intacta su fe en Dios y que, habiendo crecido en un hogar pacífico, cree que el mundo es una especie de vergel en el que ella no corre riesgos, sobre todo porque está convencida de que Dios la protege.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Vivoleyendo
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23 de diciembre de 2008
65 de 94 usuarios han encontrado esta crítica útil
Todos tenemos un director cuyos amigos ensalzan, y al que no sabemos a ciencia cierta porqué, no llegamos a encontrar en su filmografía que las alabanzas sean justas. Pues bien, mi director es Ingmar Bergman y como llega Navidad no me meteré mucho con él.

Mi mayor problema con el sueco estriba en que normalmente, me importa bastante poco lo que me está contando, y suelo evadirme entre la desidia y el hastío durante los minutos que dura la película sin prestar suma atención a cómo me cuenta lo que no me interesa.

Con “El manantial de la doncella” hice el esfuerzo (a pesar de los aburridos minutos iniciales) de prestar atención al trabajo del director porque la historia, de nuevo, me era tan ajena como aburrida. No me parece tan extraño imaginarme a Bergman con un cilicio en la pierna auto flagelándose por las noches mientras pide perdón a Dios.

Tarda mucho esta cinta en que preste atención. Antes, eso sí, he podido percatarme de una fotografía en blanco y negro muy buena y en una planificación de escenas interesante (muy pocos serán capaces de cargar con tantos actores una mesa para cenar, y que la escena no se vea saturada).

Tras el trágico suceso todo cambia en esta cinta, y sí, podemos decir que se acerca más al cine bergmaniano. Y ahora nos fijamos en esos detalles que enriquecen las películas: como en el gesto del niño cuando escucha la oración. La fotografía adquiere mucha más fuerza y su protagonismo es evidentemente. Los diálogos son escasos dando fuerza a las imágenes, la música no existe y los movimientos de cámara son tan precisos como secos. Esta parte central de la película es toda una joya de arte.

Cuando Max von Sydow sale en busca de su hija, la película vuelve al tema de lo Divino y el pecado, y por tanto, a dejar de interesarme. Percibo una vez más la teatralidad de sus actores que entorpecen la película. Este acercamiento al teatro es un lastre que impide crear veracidad. Pero esos minutos de celuloide donde el dolor fue filmado con tanto acierto, merecen mucho, el visionado de “El manantial de la doncella.”
Chagolate con churros
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19 de agosto de 2008
38 de 44 usuarios han encontrado esta crítica útil
Tras “El séptimo sello”, el realizador sueco Ingmar Bergman volvía a la Edad Media para contarnos, a su manera, una antigua leyenda nórdica, sobre el origen de un manantial. El film, con un ritmo tranquilo y sosegado nos narra la violación y asesinato de una joven, Karin, por parte de tres ladrones, y de la posterior reacción del padre (interpretado por el gran Max Von Sydow), poco acorde con sus profundas creencias religiosas. Sin embargo, lo importante de este film no es lo que cuenta, sino cómo lo cuenta.

Bajo una capa de aparente sencillez, lo primero que destacaría por encima de todo es la acentuada dualidad que preside el film. No tanto el bien y el mal, sino algo más complejo si cabe: la pureza (representada por Karin) y la impureza (los tres ladrones), la religión (la devota familia de la joven) y el paganismo (de nuevo los tres ladrones), y todo perfectamente representado en una puesta en escena que acentúa esa dualidad en la que contrastan los luminosos espacios exteriores y naturales, con los claroscuros de unos interiores desnudos y descarnados en los que la presencia de una Karin vestida de blanco resalta aún más su pureza.

Por otro lado, los dos principales acontecimientos del film tienen lugar uno en el exterior, en plena naturaleza y el otro en la oscuridad de la casa, pero los dos son rodados con la misma frialdad y crudeza, despojada al mismo tiempo de énfasis por parte de Bergman, sirviéndose de dos estupendas metáforas (la pureza del agua, y el fuego del odio respectivamente), que acentúa la crudeza de los hechos que nos muestra. Manteniendo un punto de vista totalmente imparcial (el punto de vista de un Dios que todo lo ve pero no hace nada?).

Hay pocas películas que con tan poco nos expliquen tantas cosas. El film de Bergman, sin entrar en profundidad en temas filosóficos como en otras películas, nos habla principalmente de la irracionalidad porque se rige el mundo. La familia de Karin, a pesar de seguir estrictamente los preceptos religiosos, acaba siendo castigada doblemente por la desgracia de perder a su hija y por dejarse llevar por la venganza. De alguna forma, Bergman consigue unir en una sola imagen el desconcierto al comprobar lo absurdo de un mundo regido por el brutal azar y la grieta de la fé que ha provocado el citado hecho en las creencias de la devota familia, al mismo tiempo que, al igual que le pasaría a cualquiera, no saben dar salida a lo que acaban de contemplar.

Por ello se trata de un film conmovedor, impactante, crudo, y cuyo mensaje se transmite de una forma mucho más directa que cualquier disquisición ético-filosófica.
manulynk
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