La noche del ejecutor

Se nos cuenta la historia de un medico (Paul Naschy), al que tras violar y asesinar a su mujer e hija delante de él, le dan una brutal paliza y le cortan la lengua. Tras abandonarle dándole por muerto, el médico sobrevive con una sola idea en la cabeza, que es vengarse de los tipos que le han jodido la vida, para lo cual se entrena hasta el paroxismo en el manejo del cuchillo y pistolas, amén de ejercitarse físicamente hasta con pesas (en la vida real, Paul Naschy practico la halterofilia).
Es ayudado en su venganza por una abogada a la que también habían matado a unos familiares y perseguido (a la vez que admirado) por un honrado comisario (Manolo Zarzo).
Considerada por Paul Naschy como la producción más modesta de su prolífica carrera (6 millones de pesetas del 90) y última de las realizadas por este mítico cineasta, nos encontramos ante una rareza con claras influencias de la correosa película de Michael Winner, El justiciero de la ciudad, bastante pobre desde el punto de vista cinematográfico y en la que como curiosidad parece ser que el equipo de rodaje tuvo muchos problemas con las prostitutas y travestis que poblaban el parque del oeste madrileño por la época.
Recomendable para curiosos y/o fans de Jacinto Molina (Paul Naschy).

Es difícil decidir que es lo más destacable de la película,

El amigo Paul Naschy puso el broche final a su poco memorable carrera como director con esta peliculilla que llega unos 15 años tarde a "homenajear" las películas de justiciero cabreado interpretadas por Charles Bronson en los 70 y 80. El planteamiento es el mismo de aquellas: médico pacífico y feliz ve cómo unos delincuentes masacran a su familia y decide ajustar cuentas a lo bruto ya que las autoridades no hacen nada. Hay, cómo no, un policía que persigue pero admira al jicho. Y mujeres jóvenes que le encuentran inexplicablemente atractivo. Y facinerosos de pintas disparatadas. Como en las originales. Pero todo en plan más de andar por casa. Los diálogos tienen la profundidad de un surco de patatas y la sutileza de una lavativa con salfumán. Así y todo, escribirlos debió ser cansado, porque al sufrido protagonista le cortan la lengua y lógicamente no habla en prácticamente todo el metraje. Para ahorrarse líneas de diálogo, supongo. Las muertes de los malandrines son para echarse a reír (o a llorar, depende de cómo te pille el día). Las interpretaciones son...cómo decirlo...poco brillantes...ejem. Y de regalo es bastante lenta. De hecho se hace larga, sin serlo mucho en realidad.

Como comedia involuntaria tiene sus momentos. Como cuando uno de los malvados encuentra un plato de pollo en la nevera y grita algo así como: "Tronco, si aquí hay pollo. Estos ricos tienen de todo". O la partida de cartas con la madame y las lumis en paños menores. Pero téngase en cuenta que esas escenas son de las mejores. A partir de ahí, ustedes mismos.

"El caballo es un vicio muy caro, y tú has agotado el crédito... ¡no pagar es un full de mierda!".
Con pasajes como éste es imposible no conceder el beneficio del cariño nostálgico, como el de la impronta bronsoniana (igual que al restante muestrario "rape and revenge" de los 80, e independientemente del año en que ésta demoraría su estreno en las estanterías del videoclub hasta 1992).
Lo dicho: la fiesta del 50 cumpleaños de un doctor respetable y su familia -esposa e hija- se ve interrumpida por el asalto de un grupo de punkarras -¡obvio!- para hacerles mil perrerías que tendrán repercusiones en su 'deslenguado' héroe previo paso por el gimnasio -pese a que los músculos ya estaban ahí, bajo el traje y la vestimenta formal-.
Las hermanas Marta y Loreto Valverde, ('Super Agentes en Mallorca') como el yin y yang en registros interpretativos no coinciden en la pantalla. Y del lado de la ley, el comisario de marras que indaga mucho y no consigue absolutamente nada (al que aborda con estoicismo Manuel Zarzo) junto a una irreconocible Adriana Vega eficaz e intimidantemente seca que merece una mención aparte por poner un grado de esfuerzo en su actuación inusual bajo las circunstancias dramáticas que la rodean.
Les secunda un nutrido grupo de caras conocidas como "la madame" Paloma Cela, Silvia Gambino de camarera que se preocupa por "¡tanto sida que hay por ahí" o el alivio cómico de Pepe Ruiz exhibiendo mariquitismo de paraeta y aleccionando a sus modelos fotográficas en la ingesta de pepinos.
El menudo Sergio Molina tiene un cameo bastante simpático reprochándole a Loreto Valverde que sea tan de pueblo y no esté tan buena como Samantha Fox o Sabrina Salerno.
Mientras tanto Paul Naschy va sacándole punta a los músculos antes de ponerse a repartir cuchillazos, plomo y galletas -con leche, pero de la mala- de culturista profesional.
Lo cierto es que 'La noche del ejecutor' (1988, Paul Naschy) no es mejor ni mucho peor que las dos últimas entregas de 'Death Wish'.
¡Punk is not dead! (aunque a Rambo, el Centella, el Cobra -un sadomasoquista corrupto y mafioso cuya identidad delata el doblaje de Claudio Rodríguez- y la Lola sólo les queden dos telediarios).

Esta película la vi de casualidad un día de imnsomnio ya podría haberme dormido. Un tipo que se venga de unos tipos que matan a su mujer y violan y asesinan a su hija. ¿De qué me suena?. Todo resulta feo y desagradable en esta película consigue quedarme con un mal rollo en el cuerpo monumental. Es floja y mala con dolor. Solo el buen hacer de Naschy hace que suba la nota a 3. Pero tampoco es una interpretación de Oscar (es evidente con mi 3.