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El mundo en sus manos

Aventuras 1850. Jonathan Clark, el capitán de la goleta La peregrina de Salem, traslada desde Alaska a San Francisco un cargamento de valiosas pieles de foca. En el hotel en el que se aloja conoce y se enamora de la condesa rusa Marina Selanova, que trata de huir para evitar un matrimonio concertado por el zar con el pérfido príncipe Semyon. (FILMAFFINITY)
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Críticas 37
Críticas ordenadas por utilidad
26 de julio de 2007
52 de 61 usuarios han encontrado esta crítica útil
Entretenida película de aventuras, narrada con el pulso firme y hábil del veterano Raoul Walsh, especialista del género. La historia se inspira en la novela "The World In His Arms" (1946), la última de Rex E. Beach. La acción se desarrolla entre San Francisco y Alaska (antes de su adquisición por los EEUU en 1867). Esboza una explicación ajustada, aunque simplificada e incompleta, de los motivos que llevaron a los rusos a vender sus territorios americanos y a los americanos a comprarlos por 10 millones de dólares.

La música, de Frank Skinner, aporta fragmentos variados de baile, melodías festivas, pasajes que subrayan la acción, insertos cómicos y secuencias épicas y solemnes, como el "Main Tittle" y el "End Tittle". La fotografía, de Rusell Metty, desarrolla un relato visual vibrante, con escenas trepidantes de peleas, broncas colectivas, persecuciones en tierra y en el mar, que combina con imágenes documentalistas (playas de focas), escenas idílicas, de amor y desamor, contraluces emotivos, encuadres subjetivos picados y tomas contrapicadas, etc., montadas con notable acierto. Presta especial atención a las labores del mar, la navegación, el esfuerzo de los marinos, la belleza de las embarcaciones de mediados del XIX, a las que rinde testimonio de simpatía y admiración. Se beneficia de una adecuada y colorista recreación del vestuario y de los ambientes de época.

El humor se hace presente a través de dos personajes muy diferentes: el fiel esquimal y el pícaro y bribón portugués, aficionado a lo ajeno. Este crea los lances más divertidos y entrañables, a los que se añaden ocurrencias de guión, en algunos casos inespedas y sorprendentes (los tres rusos irlandeses). No faltan algunos apuntes patrioteros, junto a una clara apuesta por la igualdad de nacionalidades y etnias diferentes (rusos, chinos, esquimales, irlandeses, etc.), que conforman una enriquecedora sociedad plural como la americana. El realizador, en beneficio de la ironía y la farsa, contrapone el rigorismo anacrónico de la antigua aristocracia (en este caso la rusa) y el moderno informalismo de la próspera burguesía americana.

Es notable la interpretación de Peck, bien acompañado de Anthony Quinn y John McIntire. Ann Blyth cumple correctamente su cometido en un papel definido de acuerdo con los postulados del momento, muy propios del cine de Hollywood de los primeros años 50. Tal vez por ello recuerda las formas y el fondo de la interpretación de Janet Leigh en "Scaramouche" (1952).

La película está dotada de un acertado y absorbente sentido de la ventura, basado en la buena mano del realizador y su excelente manejo de los recursos dramáticos. La obra es entretenida y, en nuestra opinión, de gran interés. Es memorable la secuencia de la persecución de los dos veleros en el mar.
Miquel
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30 de octubre de 2010
28 de 37 usuarios han encontrado esta crítica útil
Sin duda es una de las películas más bonitas que se pueden ver. El grupo de actores es sencillamente insuperable y sus interpretaciones están clavadas. ¿Puede haber otro actor más idóneo para hacer el portugués que no sea Anthony Quinn?
El conjunto de la acción está perfectamente desarrollado y la sencillez se mezcla con la calidad y el buen gusto en todas las peleas y trifulcas de la aventura que se cuenta. Una película agradable.

Las escenas románticas son importantísimas en el cine de aventuras, van de la mano. En el mundo en sus manos no puede haber mejor historia de amor que surja entre exploradores, negocios, rivalidad, amistad... Y en los confines más lejanos de la Tierra.

Aquí llego a las bellas escenas del mar. La condesa y el hombre de Boston, enamorados, juntos, sujetando el timón al viento, en la noche, sonriendo, con el cielo al fondo, es probablemente la escena romántica número uno del cine. Habrá otras número uno, pero no por encima. Esa imagen nos envía no sólo salitre, no sólo el calor de un abrazo, o el relente de la noche, o al viento golpeando las velas... Es una escena que sobre todo nos envía felicidad. Perfecta y hermosa. Una fotografía para enmarcar.

El viento es nuestra fuerza y el timón representa el dominio que todos deseamos tener de nuestras vidas para que nadie nos desvíe del camino.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
floïd blue
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9 de mayo de 2009
25 de 36 usuarios han encontrado esta crítica útil
La historia del hombre de Boston, un traficante de pieles que mantiene en vilo a los rusos, un hombre elegante, aventurero y ambicioso cuyo sueño es comprar Alaska, que se maneja sin respeto a nadie, todo esto contado en una buena puesta en escena hasta que se introduce el papel de la condesa y el romanticismo que conlleva y que, como casi siempre, suele aburrir.
El espíritu aventurero brota con la carrera hacia Alaska y se puede decir que se mantiene hasta el final, donde tratan de explicar que los rusos son los malos, los descerebrados que matan focas sin sentido, los americanos son los listos que matan a los machos jóvenes, como si eso les librara de la dudosa ética que supone comercializar con pieles, pero esto es cine americano y ellos se pueden pintar como quieran.
Quizás haya que esperar mucho para que aparezca el ingrediente aventurero, aunque si que es verdad que toda la cinta tiene ingenio y un buen humor, pero de ahí a que sea una joya del género va un mundo.
stikma
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29 de enero de 2010
15 de 22 usuarios han encontrado esta crítica útil
Llevaba mucho tiempo deseando disfrutar de “El mundo en sus manos” y, ahora que ya la he visionado, debo decir que la película me ha decepcionado moderada y sorprendentemente. Tanto su reparto y dirección como la temática y la época en que se localiza hacían presagiar que me encontraría con la joya del género de aventuras que me vendían, mas por desgracia no ha sido así.
Por una parte, la película adolece tanto de simplismo como de falta de ritmo en alguna de sus partes (principalmente la primera media hora que, salvo esporádicas secuencias, no llega a ofrecer lo que prometían sus situaciones; desperdiciadas, para mi gusto); por otro lado, toda buena película de aventuras que se precie requiere necesariamente, sobre todo en la época del Hollywood clásico, de buenos e ingeniosos diálogos que tanto construyan como aderecen la historia, de los que carece la película, por desgracia, en todo su metraje (como ya se ha sugerido, duele especialmente esta insuficiencia en toda la escena inicial de la fiesta que, sin ofrecer nunca malos diálogos, no relucen lo esperado, por lo que no perduran). Más aun, los personajes adolecen de falta de carisma –sobre todo Peck, puede que por tópico- e incluso definición -por ejemplo Quinn; sus relaciones con el capitán resultan forzosas y artificiales, difíciles de aceptar a pesar del tono jocoso de la historia.
No obstante, la película no es mala en absoluto fundamentalmente por la simpatía que transmite y las convincentes actuaciones del elenco protagónico. La película retoma el vuelo en su segunda parte, más dinámica y entretenida que la anterior aunque también aun más tópica y previsible (malos muy malos contra buenos muy buenos, todo ellos acompañados de resultones bufones), pero como esta mejor acabada y llevada no importa demasiado. Hace apología de la bebida y el juego, el tabaco y la juerga, el correr deprisa y siempre ebrio, lo cual siempre se agradece si te corre un poco de sangre por las venas.
Película recomendable si eres seguidor del género que nos ocupa, que se disfruta con una sonrisa en el rostro (tampoco muy pronunciada), pero que se encuentra muy, muy lejos de ser una obra maestra. Lástima, quizás la próxima vez.
Tavarel
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24 de abril de 2014
27 de 47 usuarios han encontrado esta crítica útil
Yo es que cuando se ponen a calumniar especialmente a alguno de estos regímenes "reaccionarios malos" salgo de mis casillas. En esta ocasión es el turno del Imperio Ruso y el lugar escogido Alaska, colonia que le perteneció hasta 1867, año en el que en mala hora se la vendieron a los Estados Unidos. La película, basada en la novela de Rex Beach, sólo puntúa por la parte que le toca a Anthony Quinn, que está brillante, y a Ann Blyth, que es guapa. El resto, banal y maniqueo, desde el héroe, todo un fresco hasta la historia romántica, ella no tiene otra cosa que hacer que caer a los pies del primer norteamericano que le habla, pasando por la batalla final, que es de niños. Observad que aunque los malos llevan espadas y los otros unas cachiporras, no dejan ni siquiera heridos. Ahora bien, me interesa más resaltar las mentiras con las que "El mundo en sus manos" hace apología a los Estados Unidos, país que ofrece mucho pero que te roba el alma o en este caso, la identidad. Dice Jonathan Clark (Gregory Peck) "ya no son rusos sino norteamericanos".

Para empezar ni siquiera respetan que en 1850, la actual Sitka no era tal, sino Nueva Archangel. Luego, ¿qué es esto de poner al Zar persiguiendo a sus enemigos políticos o decapitando a los que caen en desgracia? Se pone el ejemplo de Barinov, lo cual es una falsedad absoluta, al nivel del inexistente sistema esclavista implantado por los zaristas en Alaska pero sí en los Estados Unidos. ¿De dónde han sacado la amputación de manos o la caza indiscriminada de focas? Todo propaganda vulgar. La realidad es que la colonización rusa fue de las más respetuosas con los indígenas, no como la de los estadounidenses, aceptando el mestizaje y respetando el estatus, la cultura, la lengua o las creencias nativas, todo en un clima de cooperación y tolerancia. Incluso se destacaron por la vacunación, la educación primaria o la conservación del medio ambiente, incluida las focas. El propio tratado ruso de venta de 1867 insertó cláusulas favorables a los aborígenes para que mantuvieran sus derechos de propiedad o la libertad para practicar su culto religioso.
Reaccionario
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