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Fraude

7,6
5.481
Documental Documental sobre el fraude y las falsificaciones que se centra en la figura del falsificador Elmyr de Hory y su biógrafo, Clifford Irving, autor también de la fraudulenta biografía de Howard Hughes. Asimismo relata la reclusión de Hughes y la carrera de Welles, que comenzó con la emisión radiofónica de una falsa invasión marciana: "The War of the Worlds". (FILMAFFINITY)
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Críticas 24
Críticas ordenadas por utilidad
7 de febrero de 2006
68 de 74 usuarios han encontrado esta crítica útil
Obra singular, escrita, protagonizada y dirigida por Orson Wlles. Se rodó en Ibiza (España), EEUU, Toussaint y otras localidades de Francia.

La acción principal, la del narrador, se desarrolla en 1973, en localidades de Francia, Irlanda, España y EEUU. La narración contiene una lúcida reflexión sobre los límites, imprecisos y complejos, que separan la verdad de la mentira, la realidad de la ficción. Tras el elogio a la magia, se explican fraudes célebres por su trascendencia, autoría o ambigüedad. Se refiere a Elmyr de Hory, pintor especialmente dotado para la imitación de grandes maestros, como Modigliani, Matisse, Van Dongen y Picasso; a Clifford Irving, autor de la falsa biografía de Howard Hughes; a las falsedades que jalonaron la vida de Howard Hughes; al programa radiofónico, de 1938, sobre el falso ataque alienígena a la tierra; y a otros fraudes.

La película combina fragmentos documentales y fragmentos de ficción, en un relato que contiene una interesantísima exploración de la combinación de verdad y mentira, certezas e incertidumbres, que se da en la vida, la realidad social, los relatos y biografías e, incluso, en el arte. La expresión más elevada de la acción humana, el arte, se apoya legitimamente en la ficción para provocar goce espiritual y emoción estética. La falsedad de la pintura se basa en el uso de pigmentos de escaso grosor, que producen imágenes que evocan realidades (perspectiva, profundidad, movimiento) que no están en el cuadro. Los actores dramáticos crean la ilusión de unos personajes que no están en el escenario. En el mundo nada es sencillo, ni siquiera el fraude. El autor exalta el valor de la ficción, acepta la complejidad de la verdad y rechaza el fraude basado en afanes de lucro ilegítimo. El mayor mérito de Elmyr de Hory, presunto falsificador, consistió en quebrar la creencia en la infalibilidad de los expertos en arte, dictadores de la autoría de grandes pintores. El mayor mérito del arte consiste en que "es una mentira que nos hace descubrir la verdad".

La música, de Michel Legrand, refuerza el relato con melodías coloristas, brillantes y variadas. La fotografía adopta el formato documentalista con filmaciones de los actores y del narrador. Éste, mientras pasea por un parque otoñal, sirve imágenes de singular belleza, que evocan una atmósfera grata, pero ambígua. El guión tiene la complejidad y la riqueza de la reflexión que se propone. Los interrogantes, las preguntas y las dudas, golpean con fuerza el ánimo del espectador. Los actores tienen intervenciones acertadas, pero breves frente a la omnipresencia de Welles, actor y narrador. Su intervención, pausada, es magnífica. La dirección, en plenas facultades, exhibe maestría, inteligencia y originalidad.

La película plantea un tema trascendente, similar en parte al de "Rashomon", de Kurosawa. No apta para mentalidades simples, afectas a verdades absolutas y opuestas a la complejidad y relatividad de las cosas.
Miquel
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17 de abril de 2008
41 de 44 usuarios han encontrado esta crítica útil
En una cinta repleta de falsificadores, estafadores, ilusionistas y otro tipo de embaucadores lo más normal es que se engañe al espectador desde el principio, que lo que se presenta como tema principal no sea sino mera excusa. Es lo que sucede con “Fraude”, documental perpetrado para testimoniar la grandeza de esa fuerza artística que fue el individuo llamado Orson Welles.

No hay que dejarse engañar por el tono inicial de la obra, ni tampoco turbar por la confusa estructura de la misma. La tramposa narración acaba presentándonos a un notable falsificador de obras pictóricas como un entrañable hombrecillo, a un farolero y arribista escritor como un audaz bandolero; la mano juguetona de Welles es patente a lo largo de toda la narración, manipulando el sentido de toda afirmación de los protagonistas mediante un montaje burlón y escéptico que le confiere a la cinta un tono festivo y que pretende convencernos, al igual que según se dice en la misma cinta hacen los húngaros, de que “yo soy el mayor embaucador de todos”. Basta con ver esa media sonrisa tan estudiada que se le escapa a Welles tras decir “A ham sandwich” para corroborarlo.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Gort
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4 de junio de 2012
22 de 32 usuarios han encontrado esta crítica útil
En realidad, lo sabemos todos, el arte es una moneda más. Parecida al papel moneda, ya que requiere que la firme el depositario, por lo que todo se reduce –el papel no tiene valor- a si la firma es auténtica o no. Eso no ocurría con las antiguas monedas de oro, cuyo valor residía en la cantidad de metal precioso que contenían, precioso y valioso por su singularidad, belleza y escasez. Por supuesto, merezco un suspenso en Economía, pero el infierno debería estar lleno de matrículas de honor en esa asignatura, ¿no creen?

No sé, ustedes mismos pueden darle a esta pregunta el valor que quieran: ¿puede alguien hacer un Velázquez? ¿Un Vermeer? ¿Un Monet? Porque De Hory demuestra que él era capaz de hacer Modiglianis. Y Picassos, también Matisse. Esto no prueba necesariamente que Picasso, Modigliani y Matisse sean unos embaucadores –me guardo mi opinión, que no es indispensable para llegar a donde quiero llegar- pero creo que sí revela la estupidez general en la que vive el mundo del arte desde que Picasso cambió de marchante y sus cuadros triunfaron en América.

El símil lo tengo fácil: para mí, el arte moderno es como el papel moneda (me abstendré de llevar el juego de palabras al ámbito de copla). El papel se moja y no sirve ni para hacer pajaritas, el oro de verdad nunca se destruye, permanece siendo oro siglos, milenios. Velázquez, Vermeer, Monet.

Una obra de arte es siempre auténtica, no tiene que venir el certificador de turno a visarla; me da que el embaucador es ése. Y no sienta usted vergüenza ante sus gustos ni complejo de expresarlo con sinceridad. Al menos, esos sí que son auténticos.
Talibán
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22 de abril de 2010
18 de 24 usuarios han encontrado esta crítica útil
El día es que empezaba mal. De esos que mejor quedarse en cama. Miraba la carta del menú, aunque me la sabía de memoria. Llevaba desayunando en el local cinco días. Lo que más me gustaba era que me llenaran sin parar la taza del café. <<Como en las pelis>> pensaba. Pedí un menú nº 3 (con un huevo).
- ¿Un huevecito no más? -me preguntó en español.
- Sí, sólo uno.
- ¿Dos huevecitos mejor? -el tipo me clavó la mirada mientras yo seguí ojeando el menú.
Tendrá narices ¿y por qué tengo que tomarme dos huevos si no me apetecen?... Yo lo notaba hasta respirar. Con la cabeza gacha notaba como la mesa estaba pendiente de mi rectificación.
- Sí -tuve que corregir– dos huevecitos mejor –dije imitando el acento mexicano para contrarrestar el ataque.

A escasas manzanas teníamos el museo (si ustedes se pensaban que no iba a hablar sobre la película se han equivocado). Una cola selvática (por la frondosidad que la constituía, pues más que una línea era una marabunta de gente rodeando el edificio) esperaba para entrar. Como buen español, buscamos el lugar ideal para colarse. Entramos por la puerta norte y al final, desquiciados entre el tumulto, nos resignamos a ocupar los últimos puestos en la calle. Empezaba a chispear muy débilmente. Tal como empezaba el día me daba a mí que me iba a mojar.

Una vez con las entradas en la mano y luchando con codos y patadas para hacerse hueco empezamos la visita. Elmyr de Hory falsificó a lo largo de su vida una incontable cantidad de obras de arte que según su biógrafo Clifford Irving, están repartidas entre todos los museos y galerías del mundo. No hacía ni una semana que había visto el documental de Welles, y en ese momento, lo tenía más que presente. <<¿Es este Modigliani que observaba auténtico?>> me preguntaba. <<¿Quién me puede asegurar ahora que “El estudio rojo de Matisse” es una obra auténtica>>. Miraba, quizá con mayor denuedo que nunca la firma del autor. Elmyr decía que la pincelada de Matisse era imprecisa. Observaba las líneas del cuadro para verificar esa imprecisión que recoge Welles de la boca de Elmyr. Ahora, ¿a ver quien tiene huevos a falsificar un Pollock? Aunque apostaría mis dos huevecitos del desayuno a que nadie notaría un pegote de pintura más o menos en ese insensato ataque de nervios con el que pintaba el artista. Por cierto, ¿Qué tipo de persona pondría sobre su cama un Pollock? Asusta imaginárselo, la verdad. Yo lo que tengo claro, es que muchas de las obras allí colgadas podría falsificarlas hasta un servidor. Lo mejor: las posturas intelectualoides de muchos gafapastillas de complementos un tanto arbitrarios contemplando un cuadro blanco o los ataques de furia de ciertos visitantes ante la explicación de un cuadro inane.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Chagolate con churros
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16 de julio de 2009
14 de 16 usuarios han encontrado esta crítica útil
El arte es mentira. En todo artista, desde Miguel Ángel hasta el último trilero ambulante, hay un embustero, un estafador. Este es el mensaje de "Fraude", película que puede considerarse como el testamento cinematográfico de Orson Welles, en tanto que es su último largometraje acabado.

Welles empareja, pues, el tema del arte con el de la verdad, pero no agacha la cabeza lamentando estar muy lejos de ser sincero. Adopta una postura opuesta, cínica pero honrada. Reconoce, como artista que es, haberse dedicado al engaño ya desde sus inicios. Nos mira desafiante y con su voz profunda nos dice "sí, soy un mentiroso".

Lo que empieza como un documental sobre un falsificador de cuadros, Elmyr de Horys, y su biógrafo, Clifford Irving, no menos dado al fraude, se transforma en una colección de reflexiones del propio Welles con alguna que otra referencia autobiográfica (no tiene desperdicio la alusión a la emisión radiofónica de "La Guerra de los Mundos"). También aparecen implicados personajes tan variopintos como Howard Hughes o Picasso en situaciones de dudosa verosimilitud. El resultado es una película de ritmo frenético, toda una lección de montaje, que puede parecer caótica e irritante para quien no esté habituado a las rupturas con los convencionalismos cinematográficos, pero nunca aburrida.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
al_warr
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