Dans Paris

No acabo de creer que haya ciertos espectadores que hayan disfrutado con “Dans Paris”, una película que más bien parece ser una excusa para intentar parecerse al Godard más decadente, que es lo poco que puede llegar a tener de “nouvelle vague” esta pesadísima película. Es agotador el repaso de planos gratuitos que se nos concede. No quiero ni imaginarme la criba que se habría llevado la cinta de ser española.
Además, los personajes son blandísimos, y no acabo de entender ese retrato minimalista de la familia, que me parece puramente superficial, conducido por un guión muy pobre, que no llega ni a cojear, porque para ello hay que ponerse a caminar primero, y aquí los pocos pasos que se dan son en falso.

Christophe Honoré vive el cine antes que la vida. Por eso lo inverosímil tiene todo el sentido del mundo en sus ficciones. Sus personajes viven al máximo, sienten y actúan de forma visceral y desenfrenada. Poesía y teatro forman parte de su existencia. Lo grave se mezcla con lo absurdo. La poesía se fusiona con el teatro. Seres frágiles que bailan y cantan, gritan y comen, follan y duermen, se pelean y se reconcilian. Pocos directores hacen que Louis Garrel, fetiche e ideal de belleza pálida y romanticismo dieciochesco de su autor, se dirija a cámara hablando al espectador introduciendo un relato que le pertene y del que en parte es ajeno, que protagoniza y al mismo tiempo narra.

A Honoré le importan más las emociones que las razones, quizás porque lo emocional carece de lógica: de aquí que Romain Duris y su ex pareja tarareen una chanson française al teléfono como si estuvieran manteniendo una discusión íntima. Una historia que contrapone la vitalidad de un hermano y la apatía del otro, la joventud del primero y el desengaño del segundo. Porque Honoré se encuentra a gusto en los contrastes. Trata a sus criaturas como amantes confesándose en la cama, y acto seguido los convierte en niños grandes leyendo un cuento infantil que termina con su conflicto interno. El sexo desaforado convive con el intento de suicidio. Una relación fraternal que roza lo homoerótico es también la crónica de un matrimonio roto de hace años, una ruptura reciente y el inicio de un amor. Una película en la que no es difícil detectar cierta impostura y aplaudir la verdad de unos actores dejándose llevar, sintiendo en sus carnes aquello que Honoré parece vivir eufórico y voyeur desde el ojo de la cámara, la mano del montaje y la pluma del guión. Garrel recorre la capital francesa de punta a punta antes de la Nochebuena, y Duris se pasa toda la película entre cuatro paredes, recordando viejos momentos y escuchando discos de otros tiempos.

Tiene cierto sentido que Honoré haya titulado una de sus obras con el nombre de la ciudad por la que paseaba Ludivine Sagnier en Les chansons d'amour o Léa Seydoux en La belle personne, en la que el mismo Duris moría de cáncer en Paris o en la que el bohemio Garrel de Soñadores y Les amants réguliers encarnaba el espíritu del Mayo del 68. Una ciudad de colegios y bares, de luces y mucha vida nocturna, el mapa de las interioridades de sus personajes, el escenario de los vaivenes emocionales y sexuales de los seres de Honoré. Este París está restringido a los fanáticos de su director. Los demás ya pueden olvidarse de transitar los mundos telenovelescos de un director único. Dans Paris a veces peca de inconexa o poco consistente. Pero aun queriéndola odiar la amas. Aún queriéndola olvidar la recuerdas. Película radical y especial que requiere de espectadores a contracorriente.

Xavier Vidal, Cinoscar & Rarities

Película sobre la tristeza, sobre cómo cada uno trata con ella, sobre cómo afrontamos el sufrimiento de un ser querido. Me gusta, porque lo vemos desde distintos puntos de vista:

Están los padres, siempre impotentes, siempre frustrados por no saber cómo cuidar a unos hijos que tienen problemas y sufren.
Están los hermanos, que se debaten entre intentar ayudar y seguir con sus propias vidas sin que les afecte demasiado.
Están los amantes, que difícilmente pueden conciliar la comprensión con la sensación de no sentirse ya amados.
Están los ausentes, que quedan para siempre en forma de recuerdo y de lección.
Y está el dueño de la tristeza, que sabe que nadie le puede ayudar, porque la lleva dentro, como lleva el color de sus ojos.

Y aunque el mensaje es triste, porque habla de la soledad en la tristeza, de que siempre estamos solos cuando decidimos marcharnos a recrearnos en la propia angustia, la película no es densa ni deprimente. Viene a decirnos que a veces hay que dejar a cada uno pasar su tristeza, sin más. Y nos lo dice con calma, con ligereza, a pesar del fondo.

Y termina con un cuento.

Christophe Honoré en “Dans Paris” habla de esa tradición que tanto le gusta al cine francés sobre la familia, esta vez con ruptura sentimental previa y superación supervisada. Relaciones de hermanos y padres. Comedia y tragedia siempre ligadas.

Difícil saber si se trata del enésimo y último homenaje a la nouvelle vague y que la historia es mejorable en todos los aspectos, aunque sale Louis Garrel y la cinta tiene sus momentos. Godard y Truffaut están aquí presentes o invocados con mejor o menor interés. Tal vez esa nostalgia cinematográfica del propio Honoré se solape con la de la propia historia, como si el amor perdido nunca fuese reemplazable y tan sólo pudiere ser evocado y torpemente imitado.

Un interesante juego con el tiempo narrativo, complementado por un profundo desarrollo de los personajes. Lástima que la música sea, en ocasiones, suficientemente fuerte como para molestar un diálogo bien elaborado.