Torremolinos 73

Fui a ver esta película sin muchas expectativas. Esperaba ver una comedia: nada más lejos.

Está cuidada al detalle. La fotografía me parece estupenda, en todo momento tienes la vaga sensación de estar viendo una de nuestras películas chuscas de los 70. Suficiente para que, al menos a mí, me produjera repelús. Sin embargo hay, al mismo tiempo, una aura de sofisticación muy seductora, que te hace sentirte cómoda desde el primer fotograma.

Javier Cámara y Candela Peña logran, a mi modo de ver, recrear el matrimonio más cariñoso y enamorado que jamás he visto. Están por encima de magníficos: cada vez que veo esta película tengo la sensación de que estaban realmente enamorados.

Y la historia no deja de ser curiosa. Te preguntas hasta dónde van a llegar en sus intentos de hacer "documentales de la reproducción sexual en España", cuando en realidad ella sólo desea tener un bebé y él hacer cine como Bergman.

Creo que merece mucho la pena verla, por que rezuma calidad por todas partes, a pesar de que la historia se pierda un poco entre los dilemas personales de los protagonistas.

Agradable e interesante sorpresa esta película de Pablo Berger, con una pareja protagonista merecedora de todos los premios posibles, especialmente para esa maravillosa Carmen intepretada por la cada vez más talentosa Candela Peña. El film tiene algún que otro punto débil, aunque lo peor, para mí, es la elección de ese personaje llamado Fernando Tejero, al que algunos tienen la osadía de llamar actor.

Uno de los éxitos comerciales de aquel año en nuestro cine, además de recolectar buenas críticas. Es la ópera prima de Pablo Berger, de la que lo mejor es, sin duda, su brillante idea de partida: un matrimonio compuesto por un vendedor de enciclopedias (Cámara) y una ayudante de peluquería (Peña) da un giro radical a su vida, cuando al primero le ofrece su jefe la participación en películas propias y de elaboración casera de género porno, con el fin de venderlas a los países escandinavos, falsamente camufladas como guías didácticas de video de reproducción sexual. Con esta idea de partida, Berger pretende hacer en todo momento una comedia agridulce y amarga, protagonizada por dos infelices e ingenuos a los que su puro amor y las penurias económicas los llevan a una situación surrealista.
Ni suficientemente amarga en su tono, ni logradamente agria en su humor, ni brillantemente dulce y cercana en su resultado final (creo que se podría haber sacado mayor rendimiento de la magnífica pareja Cámara/Peña), aún así es una buena película, muy digna y entretenida, que refleja de forma diferente una curiosa situación en la sociedad de los primeros 70 en nuestro país. Hay defectos como el obsesivo papel que se da a la maternidad o la fácil desmitificación que se quiere hacer del siempre mítico Bergman, pero el conjunto es salvable y hasta loable desde la propia base.

A estas alturas sigue habiendo personajes que van por la vida repitiendo la ignorante coletilla de que ‘el cine español solo son tetas y la Guerra Civil’. En Torremolinos 73 hay tetas, sí, pero la Guerra Civil se fragua en la intimidad de dos personajes que nada tienen que ver con rojos y fascistas. Ante nosotros tenemos una auténtica película destroza-tópicos. Y que se jodan los acomodados.

Ya sabemos que el amor es física, química y algo más que no tiene nombre pero que resulta decisivo. También conocemos la dificultad de crear ‘verdad’ a través de filtros como la ficción y la pantalla. Pues bien: la pareja formada por Javier Cámara y Candela Peña es, de largo, la más creíble que hayamos podido ver en un filme made in Spain. Sus personajes son tiernos, mágicos, cercanos y auténticos. Y ellos los hacen inmortales.

Torremolinos 73 es una sorpresa grata por su valentía y absoluta falta de complejos. Todos firmaríamos debutar en la gran pantalla como lo hizo Pablo Berger, pero lo cierto es que eso no está a la altura de cualquiera. Su sensibilidad, su conocimiento y su temple son virtudes impropias del actual comportamiento humano. El director vasco bucea tranquilo en el océano de la tragicomedia. El chapuzón merece la pena.

Bien dirigida y con pocos medios y una sorprendente economía de recursos, llena de ritmo, de locas situaciones, de geniales momentos paródicos (impagables los de la película rodada al estilo de Bergman) y sustentada en la actuación de una genial pareja protagonista y secundarios. Una comedia dignísima, desternillante, que se pasa en un vuelo. Ni la mitad de las comedias españolas actuales llegan a conseguir la mitad de lo que esta consigue.