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Taxi Teherán

Taxi Teherán
2015 Irán
Documental, Intervenciones de: Jafar Panahi, Hana Saeidi, Nasrin Sotudé
6,6
3.928
Documental. Drama Un taxi recorre las vibrantes y coloridas calles de Teherán. Pasajeros muy diversos entran en el taxi y expresan abiertamente su opinión mientras charlan con el conductor, que no es otro que el director del film, Jafar Panahi. Su cámara, colocada en el salpicadero del vehículo, captura el espíritu de la sociedad iraní a través de este viaje. (FILMAFFINITY)
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Críticas 37
Críticas ordenadas por utilidad
15 de octubre de 2015
57 de 60 usuarios han encontrado esta crítica útil
Ya le he oído a más de uno decir que el Oso de Oro conseguido por “Taxi Teherán” en la última edición de la Berlinale fue un premio político. Negando la mayor, añadiré que en el fondo qué premio no lo es. Hay quienes, no obstante, insinúan o declaran abiertamente que los críticos y jurados de los festivales observan con cierta condescendencia los últimos films del realizador iraní condicionados por la lamentable situación que atraviesa este en la actualidad. Hace ya un lustro que las autoridades persas arrestaron al director de “El círculo” y le condenaron a pasarse las siguientes dos décadas de su vida sin poder ejercer su oficio, además de no poder salir del país en todo ese tiempo ni poder conceder entrevistas a los medios extranjeros.

En los cinco años que han transcurrido desde su detención, Panahi ha tenido tiempo de añadir tres títulos más a su filmografía. Ni que decir tiene que ha tenido que hacer auténticos malabares no sólo para rodarlos sino también para distribuirlos – dicen que la copia de “Esto no es una película” llegó a Cannes 2011 en un pen drive camuflado en el interior de una tarta. Panahi sigue burlando a sus carceleros a base de ingenio y de talento. Los tres trabajos realizados durante su época de cautiverio son tres ejemplos de cine de resistencia en unos tiempos en los que uno creía que eso ya no se llevaba. Tres ejercicios de estilo que se revelan como una metáfora de la situación que vive en estos momentos su autor, pero que en ningún caso merecen una mirada condescendiente. Se podría hablar de condescendencia si estos trabajos fuesen un muermo total o tuviesen un nulo valor cinematográfico. Pero aquí no sucede ni una cosa ni otra.

En el caso de “Taxi Teherán”, la metáfora es más explícita que nunca. Un taxi, habitáculo cerrado y pequeño con el que además el discípulo rinde homenaje al maestro Kiarostami y a su película “Ten” (2002) que utilizaba el mismo recurso. Una cámara oculta en el salpicadero que no puede salir del vehículo subrayando la incapacidad del cineasta por seguir contando historias con libertad. Se diría que subrayando su necesidad. Las calles por las que pasa el taxi y pasa la vida. Los clientes, cada uno con su cada cual, hablando de lo divino y de lo humano. Y Panahi, al volante, escuchando a todos pacientemente, con esa medio sonrisilla permanente de tipo bonachón con el que te irías bien a gusto una noche de copas por Teherán. Su obsesión por contar parece no tener límites ni conocer cortapisas. Nadie como Panahi para explicarnos aquello de que el cine es una mentira que sirve para contar la verdad. Ya le han robado más de una vez la cámara, y siempre se las ha ingeniado para volver. Seguro que seguirá intentándolo. Resistir es rodar, rodar es resistir. No te rindas, compañero.
Juan Solo
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12 de octubre de 2015
31 de 37 usuarios han encontrado esta crítica útil
La cultura persa es milenaria y a cada manifestación artística que nos llega lo vuelve a dejar patente, es la demostración de que los pueblos sobreviven a sus dirigentes, a sus políticos, a sus gurús y sus religiones y religiosos, sólo es cuestión de tiempo, paciencia, perseverancia y astucia. Nada más triste y lamentable que prohibir expresarse a las personas, por el medio que sea, por el motivo que sea y con el fin que sea. Si el ser humano se distingue de los demás animales por la creación y uso del lenguaje, la necesidad vital, primaria y social de dar forma a lo que nos pasa y compartirlo es irrenunciable, sin importar para nada las cortapisas e impedimentos que traten de imponer.

Aquí estamos ante una cinta imperfecta pero impecable. Utilizando el formato de un (falso) documental, el director – sobre quien pesa una prohibición expresa desde hace años de dirigir y de abandonar su país – nos propone un viaje por las calles de Teherán, ofreciendo un microcosmos de personajes y situaciones que no por triviales dejan de tener su enjundia, no sólo como denuncia, sino como caleidoscopio de una realidad que nunca será ni podrá ser la historia oficial del régimen, ni ofrecer la imagen que a algunos les gustaría exportar al mundo. La realidad es tozuda y siempre encuentra forma de manifestarse. A pesar de todo los impedimentos y dificultades.

Al igual que en “Náufragos” de Hitchcock, la acción – y la cámara – está limitada a un espacio físico (un coche), que navega indefenso en el proceloso maremágnum de la capital. Mercado negro, algún integrista, ciertas mujeres más comprensivas, una niña entre repipi y entrañable, una abogada a la que le van a prohibir ejercer, dos ancianas supersticiosas, unos ladrones o policía secreta, un supuesto amigo de la infancia… un variopinto y heterogéneo catálogo de personajes que configuran un mosaico de la diversidad y disparidad humana en toda gran ciudad de nuestros días. La restricción del espacio y del punto de vista no es óbice para asistir a un apasionante rompecabezas, donde prima la cercanía inmediata sobre el fulgor de la trama o de los (inexistentes) efectos especiales.

Pese a las implacables trabas para su realización, a su sencillez y su modestia, la propuesta resulta arrebatadora y convincente. Es un alarde de creatividad, ganas de expresarse y compartir un rayo de luz y de esperanza. Los aplausos que jalonaron la proyección demuestran que el mensaje cala y la cinta cautiva. Un regalo.
antonalva
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25 de febrero de 2016
20 de 20 usuarios han encontrado esta crítica útil
Un cine de autor, un autor menospreciado y maltratado en su país, un film que sirve como denuncia social, a un país y sus retrospectivas costumbres de la Edad de Piedra a la hora de crear arte, además de dejar claro en el ambiente personal, su lucha, una dura y enfermiza guerra personal donde deja de manifiesto las acciones que han sido tomadas contra él, junto a las consecuencias que ha tenido, tanto en su vida personal como profesional, y todo por hacer lo que ama, ponerse detrás de una cámara, la diferencia estriba que en el resto del mundo existe libertad de expresión y de manifestación y en ese país retrógrado, sólo es de puertas afuera.

Taxi Teheran es un film preparado, amparado bajo el falso documental, pero todos los pasajeros dicen o cuentan cosas de gran valor, por ello hay que tenerlos en cuenta, porque todos son testimonios de los pensamientos de miles de ciudadanos que no se atreven a hablar, pero están en el corazón de ese director.

Espero que este director no sufra más, porque en esta vida hay cosas mucho peores, más complicadas y de mayor denuncia, que el de hacer un film y tomarlo tan a pecho, como si la vida les fuera en ello.

¡Suerte Panahi!
Ranxomare
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13 de octubre de 2015
17 de 17 usuarios han encontrado esta crítica útil
Jafar Panahi, director de esta película, fue detenido en 2010 por realizar un largometraje crítico con el Estado de Irán. Se le condenó con seis años de cárcel (finalmente le dieron libertad condicional a los pocos meses) y veinte años sin poder realizar ningún trabajo cinematográfico. Ya no solo dirigir películas, sino también escribirlas. Tampoco se le permite salir del país. A pesar de todo, Panahi sigue haciendo cine (en secreto) pues según él, nadie le puede apartar de hacer películas. En la película que nos ocupa, el director sale a las calles de Teherán conduciendo un Taxi. Se trata de un falso documental, pero filmado como si fuera un auténtico documental. A través de distintas situaciones y conversaciones que se dan en el taxi, Panahi disecciona a la sociedad iraní y critica al gobierno.

Como experimento y como concepto, la película no puede ser más interesante. El director sabe manejar bien los momentos cómicos y, sobre todo al principio, resulta una película sumamente entretenida. La lástima es que hacia la mitad, explota un poco sus recursos y acaba agotándose. Hay una parte que se hace monótona y que lastra ligeramente el conjunto de la película. Por suerte, en los últimos quince minutos, Panahi vuelve a la frescura y gracia inicial haciendo una crítica inteligente al injusto gobierno de su país. El final es muy bueno, el último plano es de los que se quedan grabados en la memoria. La decisión de dirección del iraní es bastante simple. Hay pocos planos, la mayoría de ellos fijos, pero hace un buen uso de ellos y da la impresión de que Panahi cuenta lo que quiere contar.

Personalmente, me gusta más el concepto y lo que significa y reivindica Taxi Teherán (la libertad de expresión, entre otros derechos humanos) que la película en sí. Aunque siento una admiración profunda por Jafar Panahi, por tener el valor de seguir haciendo películas cueste lo que cueste y por atreverse a dar voz a temas que son importantes para todos los iraníes, y que no pueden tratarse por miedo al Estado.

http://ferhood.blogspot.com.es/
Ferhood
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5 de octubre de 2015
12 de 12 usuarios han encontrado esta crítica útil
En el documental Crónica de un verano (1961), de Edgar Morin y Jean Rouch, uno de los hechos más curiosos que se constataban era que casi ninguno de los protagonistas de la cinta creía que los demás personajes presentados en la misma se mostraran tal y como eran. Opinaban que, aunque no fueran actores, en todo momento estaban teniendo en cuenta la cámara que les grababa y nunca eran ajenos a ella al mostrar su día a día. Lo interesante de Crónica de un verano (entre otras cosas), era que esos mismos personajes que no creían en la imagen de los demás también aparecían en dicha película mostrando su particular estío y sí creerían en lo que ellos hacían y decían.

Realidad frente a ficción basada en la pura percepción.

En Taxi Teherán vemos algo de esto, tanto desde dentro de la cinta como desde fuera, como espectadores. El primer hombre que se monta en el coche conducido por el director Jafar Panahi ya averigua la presencia de la cámara, sabemos entonces que no está oculta y eso nos hace más partícipes de esta realidad como no ficticia. A pesar de esol, el hombre asume que está ahí por cuestiones de seguridad. Con él compartirán más tarde asiento otras dos personas, en concreto una mujer y un hombre. El primer hombre y la mujer mantendrán una conversación interesante mientras el tercero, una vez a solas, cree que son actores contratados por el conductor.

El juego de la verdad y la mentira vuelve a estar presente. A partir de este momento vamos a conocer la idiosincrasia de una ciudad y de un espectro de sus habitantes. Desde cuestiones de seguridad hasta de religión, pasando también por el cine, la censura y la confianza en el otro.

Todo lo que ocurre en Taxi Teherán, a pesar de encontrarse sujeto a la perspectiva del propio taxi, resulta muy interesante, porque es humano y también porque hace un recorrido por la sociedad iraní en un momento concreto del día. Apenas 80 minutos, de hecho, lo que dura la película sin cortes. Desde el principio, cuando Panahi procura mantenerse ajeno a la escena y hablar lo menos posible, no iniciando nunca la conversación con sus clientes, hasta el final, cuando acaba por ser partícipe principal de su propia trama no argumental.

Momentos memorables: Todos los que tienen que ver con las mujeres que aparecen. La gran mayoría salen bien paradas, con una sabiduría más cercana a la comprensión, aunque también por situaciones en que bordean el absurdo aunque ellas le encuentren un sentido, claro. Su sobrina es la gran estrella aquí, y, no cabe duda, el reencuentro entre el realizador y un amigo de la infancia, también la parte dedicada al matrimonio de la bicicleta. Todos estos momentos convierten a Taxi Teherán en una pieza de máximo interés y visibilidad necesaria.

Desde la más clara sencillez la película aborda varios temas y todos son del día a día. De todos modos, cualquier espectador disfrutará de este rato, más allá de sus pretensiones sociales, porque puede sentirse representado, no ya siendo visible en esas otras personas de la pantalla, sino sobre todo en sus argumentos, espontaneidad y palabras, también en las discusiones y en las circunstancias que constatan.

Porque todo es falso y representación. Todo funciona sobre el guion escrito por Panahi, un hombre iraní al que han prohibido hacer cine en su país pero no puede dejar de hacerlo, apoyado aquí por actores no profesionales a los que el propio conductor de este mockumentary mantiene en el anonimato por su propia seguridad.

¿Cambiaría nuestra percepción de una película saber que lo que hemos visto no es verdad del todo? ¿Asimilaríamos la verdad que hay detrás de unos personajes inventados si supiéramos que lo son? A eso juega el iraní en su nueva obra, y a mí el juego me ha gustado, como les debió gustar a todos esos hombres y mujeres que se vieron a sí mismos en su Crónica de un verano, aunque nunca confiaran en los demás.

Realismo sórdido y autoconsciente, en efecto, como sórdido y autoconsciente debe ser ahora verlo precedido de un mensaje en la pantalla en negro en el que se puede leer «el Parlamento Europeo defiende los derechos humanos». Nada es cierto, salvo alguna cosa.
Fendor
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