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Reflejos en un ojo dorado

Drama En un fuerte situado en el sur de los EEUU, el comandante Weldon Penderton se ha dedicado a la enseñanza de tácticas militares, mientras que su esposa Leonora prefiere solazarse con el teniente-coronel Morris Langdon, amigo de la pareja. Todo esto lo observa, detalle a detalle, el soldado Williams, un joven que parece fascinado con la bella mujer, mientras que Penderton comienza a interesarse por cada movimiento del joven soldado. (FILMAFFINITY) [+]
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Críticas 38
Críticas ordenadas por utilidad
6 de marzo de 2009
93 de 94 usuarios han encontrado esta crítica útil
Así comienza esta película que no llego a España hasta finales de los 70, cuando la censura ya había sido erradicada del país. Quizá mejor, porque haber mutilado esta película hubiera sido desastroso para futuros visionados. En una escena, Brando llega del trabajo y sale al jardín, Taylor está sentada en una hamaca. Ella, una ninfomanía que no se siente correspondida, habla de su caballo, un purasangre blanco (Firebird). Él la reprocha ese amor por un animal y ella, levantándose para irse aún tiene tiempo de espetar:
- ¡Es un semental!

La cara que se le queda a Marlo Brando es tan expresiva que ya nos pone en aviso. La película no ha hecho más que comenzar.

La elección de Brando (por aquel entonces una de las estrellas de Hollywood) para interpretar a un oficial del ejercito homosexual fue ciertamente casual. Su papel, iba a interpretarlo Montgomery Clift, pero su muerte antes de la producción hizo que Huston barajara otros nombres entre los que se encontraba Richard Burton o Lee Marvin. Al final, fue Brando el que acabó interpretando al oficial Penderton alegando que escogió el papel porque le daba la oportunidad de montar a caballo. Pero curiosamente, cuando se le pidió que montara en su primer día de rodaje, Brando admitió su terror a los animales. Quizá por ello, esas casualidades que a veces ocurren, Brando hace suya la ansiedad de Penderton por ser un buen jinete. Y en una de las escenas más brutales, Brando haciendo de Penderton (o quizá al revés) desata toda su represión sexual con el animal indefenso. Su escape agresivo lo plasma Huston sin palabra ni diálogo alguno, con unos latigazos que son interrumpidos por el “cuerpo (desnudo) del deseo” del soldado raso Williams (Robert Forsters).

Leonor (Elizabeth Taylor) se muestra desde su primer instante dominante, jugando con la fusta, domando a los que a su alrededor está. Y uno de ellos, es el amigo de Penderton, el coronel, Morris Langdon (Brian Keith) casado con Alison (Julie Harris). Huston nos enfrenta a dos hombres completamente diferentes. Por un lado esta Penderton, incapaz de satisfacer los deseos sexuales de su mujer, mal jinete y de gustos extraños (la escena de la crema es cuanto menos significativa). Por el contrario, Langdon es la masculinidad: un líder, machista, gran jinete (de nuevo simbología sexual), rechaza aquellas cosas extravagantes como música clásica o la cultura. A su vez, se abre otros interrogantes en la trama sobre la débil Alison y su extraña relación con el criado (el eunuco filipino Anacleto).

Abrónchense los cinturones porque esto continua
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Chagolate con churros
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18 de agosto de 2011
56 de 59 usuarios han encontrado esta crítica útil
Drama realizado por John Huston (1906-1987) y escrito por Chapman Mortimer, Gladys Hill y Francis Ford Coppola. Adapta la novela corta “Reflections in a Golden Eye” (1941), de Carson McCullers (1917-1967), pseudónimo de la escritora Lula Carson Smith, natural de Columbus (Georgia), que muere 12 días antes de la presentación de la película. Se rueda en Long Island (NYC) y en Roma y alrededores (Italia), con un presupuesto estimado de 4,5 millones de USD. Producido por Ray Stark y John Huston para Warner/Seven Arts, se proyecta por primera vez en público el 11-X-1967 (EEUU, preestreno). En el film, la acción dramática tiene lugar en una base militar de Georgia, en tono a 1948.

Los protagonistas son Leonora Penderton (E. Taylor), casada con el mayor Weldon (Brando), fogosa, sensual, dominante, veleidosa, caprichosa y de luces limitadas. Weldon Penderton sobrelleva una homosexualidad latente y reprimida, que le provoca reacciones agresivas con los animales, sobre todo con los caballos de la base. Jinete mediocre, es un personaje solitario, taciturno y rígido, que se refugia con frecuencia en la soledad de su despacho. El teniente coronel Morris Langdon (Keith) está casado con Alison (Harris), cultiva lo que él considera que son las virtudes de la masculinidad: es buen jinete, desprecia la música clásica y la lectura y tiene una amante habitual. El soldado Private Williams (Forster) sirve como mozo de cuadra y es asistente del mayor Penderton. El capitán Murray Weincheck (Dugan) encarna la figura del militar considerado de insuficiente capacidad para el mando: es aficionado a tocar el violín y lector apasionado (lee a Proust).

El film desarrolla una historia compleja en la que se combinan prejuicios, adulterios, homosexualidad, enfermedades mentales, fetichismo, afanes de dominación, tendencias sádicas, deseos insatisfechos y frustraciones. Con la ayuda de un guión bien escrito y correctamente estructurado, Huston construye una historia dramática que avanza con fluidez, orden y un crescendo impecable. Pese a la truculencia de los temas que se abordan, la narración se mantiene dentro de los límites de la sobriedad y la elegancia. Evita las formas y expresiones propias de los melodramas al uso. No hay sentimientos desbordados ni reacciones desmelenadas. El relato interioriza los sentimientos de los protagonistas y sitúa el drama en el ámbito de la intimidad personal. Con ello consigue evitar las expresiones explícitas desgarradas sin perjudicar la intensidad y profundidad de las tensiones, frustraciones e insatisfacciones de los protagonistas. La obra de Carson McCullers es pionera en el tratamiento explícito de temas como el adulterio, la homosexualidad y el racismo.

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Miquel
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4 de noviembre de 2008
30 de 35 usuarios han encontrado esta crítica útil
Poco conocida película del maestro Huston. E injustamente, pienso yo, ya que se trata de un excelente film que recoge lo mejor de la tradición del cine negro y lo mejor del retrato psicológico desgarrado de las relaciones de pareja.

Aquí unos soberbios Marlon Brando (no me cansaré de decir que es el mejor actor de todos los tiempos), Elisabeth Taylor, Brian Keith y Julia Harris (especialmente convincente en el papel de esposa débil y neurótica) como dos parejas absolutamente a la deriva cuyos problemas emocionales y de personalidad trastocan el devenir de sus vidas.

A destacar el debut de un enigmático Robert Forsters (nominado al Oscar muchos años después por Jacky Brown de Tarantino), que tan sólo con su mirada (apenas habla su torturado personaje) consigue una interpretación sobresaliente.

En fin, retrato duro y despiadado del ser humano muy al estilo de obras como ¿Quién teme a Virginia Woolf? o De repente, el último verano, y que pone de manifiesto una vez más el absoluto dominio y versatilidad de Huston en todos los géneros cinematográficos.
pablo
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2 de junio de 2010
32 de 40 usuarios han encontrado esta crítica útil
Sintiéndolo mucho, Carson McCullers no es Tennesse Williams, y para mí las comparaciones sobran. Williams atenazaba de tensión, altas temperaturas y traumas magníficamente desgranados. McCullers lo más que consigue en mi escala es bosquejar conflictos, que prometen lo suyo, pero comete el error de quedarse a la mitad.
Aunque puede ser que lo que se quede a la mitad sea la adaptación cinematográfica de Huston. Hasta la fecha, ningún traslado de las obras de Williams a la gran pantalla me ha decepcionado, lo cual es un indicativo relevante. En cambio, la versión rodada para “Reflejos de un ojo dorado” de McCullers sí que me causa cierta decepción.
Los dilemas subrepticios no son moco de pavo. Un matrimonio desacertado entre un comandante rígido y reprimido, y una mujer explosiva y veleidosa. Él se refugia en sus espartanos principios para esconder su cercenante inseguridad y para oponer una fría indiferencia ante los encantos y la sensualidad de su esposa, que no le despierta deseo. Ella desahoga sus expansiones naturales y su fogoso temperamento con sus aficiones (la equitación, los naipes…) y con un amante, un coronel cuya esposa también es desgraciada. Secretos a voces consentidos silenciosamente por el marido cornudo, y mal soportados por la esposa humillada y de quebradizo equilibrio psicológico.
En escena aparece un soldado misterioso, callado, ermitaño, que trabaja como mozo de cuadras en la casa del comandante. Casi no pronuncia palabra, cumple las órdenes a su irritante manera y cuando está solo, que es la mayor parte del tiempo, le gusta cabalgar desnudo por el bosque. Pronto el extraño soldado descubre una parafilia que le consume las noches: observar sin ser visto a la esposa de su superior y practicar el fetichismo, solazándose con sus prendas de vestir y sus objetos personales.
Y ahí cada cual con sus secretos y sus mentiras, sus infelicidades, sus fingimientos, y su búsqueda de algo que haga la vida cotidiana más llevadera y soportable. Tendencias inconfesables, inadmisibles en el ejército, férreamente anclado en prejuicios, y temor a que salte cualquier escándalo que dé al traste con las carreras militares. Adulterios. Una mujer enferma de soledad. Un hombre hecho y derecho que ofrece una imagen falsa. Y un joven sexualmente obsesionado con el objeto de sus pasiones.
Como dije, dilemas suficientes para haber dado cuerda a un drama absorbente, que sin embargo sólo llegan a medio camino en sus pretensiones.
Y un desenlace que es más bien un anticlímax.
Una lástima.
Vivoleyendo
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22 de febrero de 2010
23 de 29 usuarios han encontrado esta crítica útil
Curiosamente, “Reflejos en un ojo dorado” no se cita como una de las primeras películas que abrieron nuevos caminos hacia el New Hollywood, siendo muchísimo más transgresora que “El graduado”, “Bonnie & Clyde” o “Adivina quién viene esta noche”, todas del mismo año. Este melodrama sureño toca temas tabú para la época como el vouyerismo, la homosexualidad, el adulterio, el fetichismo o la represión sexual, con unos personajes envueltos en una serie de circunstancias donde se masca la tragedia. John Huston, basándose en la novela de Carson McCullers y con Coppola en el guión, construye un intenso puzzle emocional, con un Marlon Brando reprimido y torturado, un Robert Forster psicótico aficionado a montar caballos desnudo (¿un precedente de “Equus”?), una Elizabeth Taylor sin escrúpulos, un Brian Keith machista como contrapunto del protagonista y una Julie Harris paranoica que mantiene una extraña relación con su sirviente asiático. Impresionante el instante en que Taylor, corrompida por el odio, golpea insistentemente con la fusta la cara de Brando, y él totalmente impasible. El final te golpea con tanta virulencia (excelente uso de la cámara y la fotografia de tono amarillento) que resulta estremecedor, y termina por descubrir a una de las piezas maestras de los 60. Apoteósica.
Sirope
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