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Voto de Tony Montana:
10
Western El azar obliga a un pobre campesino a sustituir al sheriff para escoltar a Ben (Glenn Ford), un peligroso delincuente, que es, además el jefe de una banda de temibles forajidos. Tras cometer un asesinato, Ben es apresado y escoltado hasta un pueblo, por donde pasa el tren que debe llevarlo a Yuma (Arizona) para ser juzgado. Mientras tanto, su banda prepara su rescate. (FILMAFFINITY)
2 de mayo de 2008
60 de 67 usuarios han encontrado esta crítica útil
Cuando comienza un western, una gran panorámica del Monument Valley o del clásico desierto norteamericano siendo surcado por una pequeña diligencia perdida en la inmensidad del monumental paisaje que tenemos ante nosotros. Probablemente, luego sonará el tema principal de la película y nos dispondremos a ver llegar a dicha diligencia a un pequeño pueblo del oeste, con su cantina, su salón y su burdel, además de una iglesia si es un pueblo sacado de una cinta fordiana. El tren de las 3:10 es un western de esos llamados psicológicos en los que presenciamos un tenso thriller camuflado de película del oeste, pero en la que la acción transcurre en un corto período de tiempo, y donde se huye de los grandes espacios abiertos y panorámicas que aprovechan todo el potencial del cinemascope que proporciona habitualmente este género para resguardarse en pequeñas casas y habitaciones asfixiantes que ahogan a los personajes encuadrados en frenéticos primeros planos, adentrándolos en situaciones extremas que suelen concluir con un catártico final en consonancia con toda la tensión acumulada. ¿Qué diferencia, por tanto, a la brillante cinta de Delmer Daves del clásico fordiano, aún teniendo un comienzo que podría catalogarse de prototípico, o de la hawksiana Río Bravo, con ingredientes parecidos? Quizás ese desencanto y ese cinismo que transmite el guión, esos personajes que se mueven por dinero y por dignidad más que por bondad, la interrelación y empatía que se establece entre el protagonista y el criminal, y la increíble puesta en escena del realizador, quien entrega aquí un ejercicio de estilo cercano al expresionismo alemán que anticipaba ese western crepuscular que tanto furor causaría de los años 60 en adelante, y que tan alejado estaría en ideales del western clásico que inauguró Ford con La diligencia.

Es un viaje interior de un perdedor buscándose a sí mismo para probar su valentía tras haber sido humillado ante sus hijos por ese matón con más pinta de miembro de la mafia calabresa que de cowboy interpretado de forma portentosa por Glenn Ford. Y es que aquí, el personaje encarnado por un magnífico Van Heflin no busca la gloria, si no dinero, lo que le hace colocarse en una posición que no dista demasiado del criminal Ben Wades. El contraste con el héroe clásico es notable, y esa figura del caballero andante que detenía solo al malvado se borra de un plumazo en la sensacional secuencia de la detención al comienzo del peligroso ladrón. Visto esto, la cinta nos sitúa en un interesante punto en la que el personaje de Ford tendrá un aire que, si no es más romántico y honorable, si que pone en un aprieto al espectador debido a la extraña dualidad entre bien y mal que lleva consigo, siendo un personaje con una moralidad un tanto dudosa, capaz de asesinar a alguien pero pedir para dicho cadáver un entierro digno en su ciudad. Es alguien con sus propias reglas, un código propio.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Tony Montana
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