Qué maravilla de película, por el amor del capitán Pescanova. Tenía una deuda pendiente con ella desde hace eones y Travis, que la vio recientemente mostrando una euforia contenida, me la recordó y ayer la gocé, cabalgando sobre mi euforia desatada.
Manuel, qué personaje. Tracy, qué pedazo de actor. Maldita sea, uno acaba la función con ganas de calzarse unas botas y un gorro, tatuarse un ancla en el hombro y lanzarse a la mar, de grumete de Manuel. Pocos tópicos son más ciertos, y más sobados, que el que dice que ya no se hacen películas como ésta. El viejo cine de la época dorada de Jolibud, el de westerns y aventuras, el que primeramente nos atrapó en nuestra infancia, con el que uno siempre acababa con ganas de quedarse a vivir dentro del celuloide, y cuya esencia siguen tan viva como siempre, por mucha mierda que se haya tragado desde entonces. Evasión pura y dura, con emociones tangibles y personajes memorables. Es terrible cómo ha cambiado el concepto de evasión. Pero en fin, qué gozada. Emotiva hasta el delirio, entrañable hasta reventar, con un ritmo trepidante y un brío narrativo abrumador. Y con esa galería de secundarios de verdadero lujo. Y ese Lionel Barrymore, ese mozalbete que lo borda, y repito, ese Tracy memorable por el que uno daría hasta la última gota de sangre.
Ya no se hacen películas como ésta, ya no nos dejan soñar.