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España España · Zaragoza
Voto de Paco Ortega:
8
Drama. Terror Suecia, mediados del siglo XIX. Dentro de un vehículo sumergido en la niebla, viaja una compañía de artistas ambulantes, cuyo jefe es el doctor Vogler, mago e hipnotizador que va acompañado de una anciana bruja, experta en pócimas de amor, y de su mujer y ayudante. Al pasar por una ciudad se convierten en el blanco de las burlas y humillaciones de un comité encabezado por el cínico doctor Vergerus, un médico que le pide a Vogler una representación. (FILMAFFINITY) [+]
17 de octubre de 2010
4 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Película compleja, profunda, pero también liviana y por momentos divertida. Ingmar Bergman crea un ambiente disparatado, inquietante, en donde subyace un peculiar sentido del humor: el suyo. Los temas que preocupan a Bergman están presentes en ella, aunque a veces se ocultan a nuestra mirada: el miedo a morir, el propio sentido de la vida, la disputa permanente entre la razón, la religión y otras creencias basadas en la fe, en la superstición y en lo irracional. Todo eso lo adivinamos a través de imágenes poderosas, parlamentos de dudoso significado, reflexiones y monólogos de los personajes cargados de la artillería ideológica habitual del maestro.

El cine, las artes escénicas, la magia y el espectáculo de las apariencias adquieren un protagonismo especial.

Bergman en esta ocasión elige a unos estrambóticos personajes –unos cómicos que actúan frente a las autoridades locales, que les admiran y desprecian al mismo tiempo- para hablarnos a su manera de todo eso. Y crea una situación entre lo absurdo y lo real, entre la vigilia y el sueño, que deriva a veces en interpretaciones y encuadres expresionistas. La fotografía y todos los demás elementos son, por supuesto, excelentes.

La película se ve sin entusiasmo, pero con un interés mantenido. En ese interés interviene el hecho de que al director le damos a estas alturas una especie de cheque en blanco. En su momento, sin tantas referencias, la película desconcertó, como no podía ser de otra manera. Nosotros tenemos la oportunidad de verla enmarcándola en unos parámetros cinematográficos que conocemos y admiramos. Por eso nos gusta descubrir en el discurso del director sueco alguna que otra certeza, que proviene más del conjunto que conocemos que de lo que tenemos ante los ojos. No sabemos muy bien lo que nos quiere decir, pero seguro que es algo profundo… y mejor explicado en otra de sus películas.

A Buñuel le parecían ridículos los “cazabuñueles”. A Bergman tal vez le pasaba igual.
Paco Ortega
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