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España España · Barcelona
Voto de Adri:
8
Ciencia ficción Finales del siglo XXI. Un grupo de científicos y exploradores emprende un viaje espacial de más de dos años en la nave Prometheus a un remoto planeta recién descubierto, donde su capacidad física y mental será puesta a prueba. El objetivo de la misión es encontrar respuesta al mayor de los misterios: el origen de la vida en la Tierra. (FILMAFFINITY)
6 de agosto de 2012
5 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Treinta años hemos tenido que esperar para que Ridley Scott volviera al género que lo encumbró en Hollywood, la ciencia ficción. ¿El pretexto? Explorar el origen del universo ficticio que creó en 1979 con Alien, el octavo pasajero. ¿El resultado? Prometheus, una película con un mundo propio, independiente del primer Alien, pero impregnada de su ADN.

Así, mientras aquella apelaba a lo interior, a lo pequeño, a lo íntimo del ser (el miedo al intruso desconocido), Prometheus apunta a lo más alto, a la creación de la raza humana. Para ello, Scott, junto con los guionistas Damon Lindelof y John Spaihts, imaginan una mitología única inspirada en los escritos de Erich von Däniken, donde la hipótesis de que nuestros creadores pudieron venir de un planeta extraterrestre se entremezcla con el origen de los seres (aquí llamados “ingenieros”) que encontramos en la nave abandonada de Alien.

Por lo tanto, no es del todo exacto etiquetar a Prometheus como la “precuela” de Alien, el octavo pasajero —entendiendo “precuela” como los acontecimientos que dieron lugar a la original— ya que la cinta narra unos hechos autónomos construidos a partir de los elementos de la de 1979, es decir, lo que en gramática fílmica se llamaría spin-off.

Un grupo de científicos y exploradores contratados por, atención, Weyland Corporation (la misma de Alien, el octavo pasajero) son ayudados por el androide Dave (o, ¿Ash?), capitaneados por la directora de la misión Meredith Vickers y guiados por los arqueólogos Elisabeth Shaw (o, ¿Ellen Ripley?) y Charlie Holloway en un viaje espacial en la nave Prometheus (o, ¿Nostromo?) hacia un remoto planeta en busca del origen de la vida en la Tierra.

De esta manera, Scott ha introducido una serie de innumerables guiños a su antecesora (o, mejor dicho, predecesora) que, más allá de buscar esa mirada de complicidad entre los fans de Alien, supone una reivindicación autoral de ese mundo que él mismo creó hace treinta y tres años. No obstante, si miramos más allá de esas citas autorreferenciales, veremos cómo el cineasta británico mantiene un diálogo constante con filmes como 2001: Una odisea del espacio y su propia Blade Runner. La clara alusión que hace el inicio de Prometheus a los primeros minutos de la película de Kubrick y, esa representación del nacimiento de la humanidad que motiva el argumento de ambas, convive a lo largo del metraje con ideas ya planteadas por Scott en Blade Runner como una sociedad gobernada por grandes corporaciones —“Tyrell Corporation” en Blade Runner y “Weyland Corporation” en Prometheus—, la cohabitación de lo humano con lo robótico —es Meredith, al igual que Rachel, un androide?— o la angustia existencial de los replicantes representada en el personaje de Dave.

El director que dignificó el cine de ciencia ficción con “bicho” oculto, ha creado, en esta ocasión, un engendro bicéfalo que encuentra en la figura literaria de Dr. Jekyll y Mr. Hyde su mejor ejemplificación. El filme está dividido en dos claras partes, la primera (Dr. Jekyll), es la ciencia ficción contenida, seria e intrigante (gracias a la inteligente dosificación de la información por parte de Scott) y, la segunda (Mr. Hyde), es el desternillante y autoconsciente sabotaje de esa primera parte en pos de una exageración descarada sin cortapisas.

Digo autoconsciente porque, hacia la mitad del metraje, el director realiza una declaración de intenciones al intercalar una secuencia de humor puro —la del capitán de la nave y Meredith— que nada tiene que ver con el tono que había ido adquiriendo el filme, ya que, a partir de ese momento “bisagra”, la película se torna en una hilarante sucesión de escenas gore filmadas con maestría, a cual más divertida y descabellada —ver la magnífica y más impactante escena proyectada últimamente en salas donde vemos a la arqueóloga Elisabeth Shaw dentro de un módulo de cirugía auxiliar—, que, por otro lado, dinamitan las buenas ideas esbozadas en la primera hora.

A pesar de que esa arriesgada apuesta —de la que, para un servidor, Scott sale ganando— pueda dejar a Prometheus en sólo un producto de entretenimiento (y del bueno) veraniego, en la cinta, bajo esa gruesa capa de pasatiempo, subyacen una serie de atractivas reflexiones resultantes de esa mezcla entre la mitología proveniente de su título y uno de los temas más recurrentes del sci fi como es el de los planetas lejanos y sus habitantes.

En la mitología griega, Prometeo es considerado el forjador y protector de la raza humana por robar el fuego de los dioses y ofrecérselo a los humanos. Al hacerlo, Zeus, el dios del cielo y el trueno, le impuso como castigo que un águila le comiera sus entrañas durante toda la eternidad. Por otra parte, los tripulantes de la nave Prometheus acuden a una estrella situada a años luz de la Tierra dispuestos a “hacer cualquier cosa” para encontrar las respuestas a las preguntas que se están planteando ¿De dónde venimos? ¿Quién nos creó? ¿Hacia dónde vamos? Las respuestas que encuentran no son las que ellos esperaban encontrar y es que, como aprendió Prometeo, hay líneas que no deberían ser nunca cruzadas.

De esta unión entre mitología, religión y la ciencia ficción más clásica, surge un filme de una gran potencia visual, más próxima a Horizonte final (1997) o Sunshine (2007) , en su primera parte y más cercana a Pandorum (2009) o la misma Aliens: el regreso (1986) en su segunda, que, lejos de pecar de pretenciosidad (recordemos que es una película de género, no un ensayo científico), nos adentra en un nuevo y fascinante universo del que no querremos huir.
Adri
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