Haz click aquí para copiar la URL
España España · Barcelona
Voto de Adri:
5
Acción El agente Aaron Cross (Jeremy Renner) es un producto del eficiente programa Outcome. Este programa diseña y entrena agentes cuya función consiste en actuar en solitario en misiones de alto riesgo. Sin embargo, en el momento en que la historia del agente Bourne está a punto de salir a la luz, los altos mandos de la agencia deciden tomar una solución drástica al respecto. (FILMAFFINITY)
21 de agosto de 2012
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
La simbólica escena inicial del Legado de Bourne nos deja las cosas claras. Jason Bourne ya no está, es cosa del pasado y Aaron Cross nada hacia las profundidades de las aguas —allí donde vimos nacer y “morir” a Bourne— para recoger su testigo.

Así, como si de una carrera de relevos se tratase, empieza una nueva historia, con nuevo(s) protagonista(s) y distintas señas de identidad, pero con algunas conexiones a la saga Bourne y es que, Tony Gilroy, el que fuera responsable del guión de las tres entregas anteriores, no sólo vuelve a escribir el libreto, sino que también dirige el filme.

A diferencia de las anteriores películas, esta vez, Gilroy, no parte de ninguna de las novelas de acción de Robert Ludlum —el verdadero “padre” de Jason Bourne— para imaginar las aventuras de este nuevo agente secreto interpretado por el flamante hombre de acción en Hollywood, Jeremy Renner.

Esa orfandad ha permitido a Gilroy introducir en la saga una de las temáticas que imperan en el cine hollywoodense actual, los superpoderes. No es nada descabellado pensar que Aaron Cross es la versión suavizada del Capitán América. A lo largo de los —excesivos— 135 minutos de metraje, sobrevuela la idea de que los agentes del programa “Outcome” están sometidos a una modificación genética que les aleja de su condición humana ordinaria —ver la conversación sobre los lobos que mantienen Cross y otro agente del programa “Outcome” en una cabaña— y les convierte en una especie de supersoldados dotados de unas habilidades sobrenaturales, capaces de saltar más alto, pensar más rápido y tolerar un mayor grado de dolor.

Ese es el principal planteamiento encargado de reinventar y, a la vez, deteriorar la saga. Mientras Jason Bourne huía de la CIA en busca de su propia identidad, Aaron Cross huye de la CIA en busca de esa permanente condición de supersoldado sin la necesidad de medicarse para ello. El personaje de Bourne no sólo revolucionó el arquetipo del espía por su descomunal contundencia, su tremenda rapidez y su enérgica violencia física, sino que también lo hizo por la inusual profundidad psicológica que poseía, capaz de enamorarse o jugarse la vida poniendo Moscú patas arriba sólo para pedir perdón a la hija de sus primeras víctimas. Aaron Cross posee las mismas funciones motrices que Bourne pero carece de las psíquicas, siendo un personaje absolutamente plano e incapaz de generar algún tipo de empatía con el espectador.

Dejando a un lado la ingeniería genética, Gilroy ha sabido mantener los temas que caracterizaban a la franquicia como son la manipulación de la información y el permanente control de la vida privada por parte de los gobiernos, la paranoia persecutoria instaurada en las sociedades contemporáneas —ya tratada en filmes como Conspiración (1997), Enemigo Público (2007) o La conspiración del pánico (2008)—, la maquiavélica idea “el fin justifica los medios” representada en los controladores de la CIA o la deshumanización de los soldados.

Pero el gran logro de Gilroy es haber sabido entrelazar la historia de Bourne con la historia de Cross sin que esa mezcla chirríe. El legado de Bourne ocurre paralelamente a El Ultimátum de Bourne, de tal manera que, sin los sucesos ocurridos en la tercera entrega, no existiría esta cuarta. En el primer tercio de la película, consigue hilvanar, a modo de prólogo, un perfecto entramado de información que nos recuerda al sensacional guión de su ópera prima, Michael Clayton (2007), exigiendo al espectador —y, sobre todo, a aquél que no haya visto las películas anteriores— la máxima atención posible para cazar todos los detalles de la trama.

Esos 30-35 minutos iniciales van acompañados de una dirección que nos hace rememorar los mejores momentos de la saga: abundante información en poco tiempo, ritmo frenético, un excelente uso del montaje paralelo para crear suspense, una puesta en escena ágil con constantes movimientos de cámara, unas secuencias con un gran número de planos. Después de esos primeros minutos y una vez ubicados en la historia, Gilroy apuesta por un clasicismo que lastra el devenir del filme eliminando, así, los cánones visuales característicos de las pasadas entregas y, cuando los intenta recuperar —ver secuencia final—, no logra alcanzar el nivel que Paul Greengrass consiguió con El mito de Bourne y El ultimátum de Bourne. Como consecuencia de ello, el guión se torna demasiado explicativo, la puesta en escena reposada y el ritmo narrativo fatigoso.

Por todo lo expuesto podríamos resumir que esta reinvención ha supuesto un retroceso a la franquicia y una disolución —parcial— del espíritu de un Jason Bourne que nos ha legado una innecesaria continuación de aquél magnífico broche final en el “East River” de Manhattan.



SI TE HA GUSTADO LA CRÍTICA, LA PUEDES ENCONTRAR EN MI BLOG PERSONAL: http://bigkahuna3.blogspot.com.es/
Adri
¿Te ha resultado interesante y/o útil esta crítica?
arrow