Han pasado ya cincuenta y cuatro años desde su estreno, y sigue provocando admiración entre sus espectadores, incluyéndome. Sin embargo, los motivos por los que cautivaron al público de 1960 no son exactamente mis motivos. ¿Por qué? De hecho, el tiempo sí le ha hecho mella al filme, en el sentido de que el horror y el suspenso de los sesentas han sido ampliamente superados no sólo por las películas más recientes, sino por los acontecimientos de la vida real. Ninguna de esas emociones me dominó por más allá de cinco minutos. ¿Insensibilidad artística? Pudiera ser. Entonces, ¿por qué le doy el 10? Por la increíble actuación de Perkins, que sabe dotar a Norman tanto de fragilidad como de carisma y una conveniente aura de locura. Por ciertos recursos estilísticos usados por Hitchcock, que recurren más a la insinuación que a la muestra de secuencias, como las especulaciones de Marie acerca de lo que dejó atrás, el nunca mostrar a la señora Bates y el ir dejando pistas acerca del desequilibrio y la peligrosidad del asesino (los pájaros disecados, un impedimento evidente de relacionarse normalmente con los demás). Por la casa de Norman (¡yo quiero una igual!). Por estar en blanco y negro. Por la magnífica banda sonora de Herrman. Pero, sobre todo, por ese precioso tramo final, en donde por fin toda la demencia de Norman y la magnitud de sus crímenes queda al descubierto. Y pensar que todo esto tuvo una base real...
Ciertos detalles me desagradaron un poco, pero no afectan al resto. Podéis verlos en spoilers.
Así que no me queda más que aplaudir