Deposité grandes esperanzas en esta película y salí escaldado. Konstantin Lopushansky hace una película casi filosófica y muy reflexiva, de estas que colman las demandas de todo gafapasta que se precie.

Me costó mucho engancharme a la película, lo cual siempre lo he achacado demérito de un director antes que a la falta de interés del espectador. Los únicos dos filtros que se le aplican a las imágenes tampoco ayudan. Uno amarillento que parece de fotografías antiguas con mal revelado y otro azulón. No es que queden mal, de hecho van bien con la ambientación de la película, pero soportar la hora y media con esos dos únicos filtros hace que la sensación de tedio aumente.

Tedio que, curiosamente no le hace mal, ya que da un tono depresivo y lúgubre al búnker, pero los dichos niveles de sopor son bastante intolerables para un ser como yo, que necesita de muchos más estímulos para introducirme en la ambientación.

No es una mala película, simplemente a mi no me gustóen absoluto. Me quedo, eso sí, con la diversidad de personajes e ideas que se lanzan. Nos encontramos con un cerebrito matemático/científico con cierta frustración por haber tenido que vivir esta situación apocalíptica y no haber podido hacer nada por evitarlo. Tenemos al optimista, pesonaje principal creyente en la salvación humana, con su calendario crepuscular y depositando dicha esperanza en los niños, para alcanzar un clímax en su navidad (esto no es casualidad). Y por último, mi favorito, el hombre dedicado al arte que perdió la fe en el mismo hasta tal punto de culparlo en cierto modo de los males que han sobrevolado a la humanidad.

Extraña y diferente película que a mi me aburrió en exceso, aunque cuenta con varias ideas y puntos de vista que desde luego merecen la pena escuchar.