Os reconozco un tema, no lloré, aunque estuvo cerca, pero ninguna lágrima digna me abandonó mientras veía Earthlings de Shaun Monson. Teniendo en cuenta lo propicio del tema, la sensibilización que siento para con los animales, lo lógico hubiese sido que me hubiese derrumbado desgarrando con sollozos las injusticias, sin apelativos, que muestra el documental. La furia lo sepulta todo.
Era tarde, muy tarde, mi corazón hecho un puño pospuso esta crítica a cuando se levantase rejuvenecido por el sueño y el descanso, alejando las blasfemias e improperios, los insultos y las descalificaciones, apartando al odio supremo que volví a sentir ayer por el ser humano. Acerté en la moderación, ya que no empecé esta crítica deseando un virus letal que nos extermine a los seres humanos en tres semanas, ni un meteorito que nos haga evaporarnos en dieciocho segundos, ni que venga la tercera guerra mundial y nos zampemos toda la radiación que hemos creado, ni asegurándoos que mereceríamos todas las guerras, todo el terrorismo, toda la muerte, todo el sufrimiento, todo para pagar una mínima parte del mal que hemos hecho a este planeta sólo en los últimos cinco años.

El documental es una maravilla de la síntesis emocionada, del amor por los animales, de la denuncia sociológica, de la compasión por la vida, de la dignidad a fin de cuentas. Earthlings es una obra maestra sobre la vida porque apuesta por ella en cada una de sus planos, en cada intervención de Joaquin Phoenix palpamos que la sabiduría del guión no se encuentra disociada con la sensibilidad.
Joaquin Phoenix nos regala una de las mejores voces en Off de la historia documental, ya que cada palabra se revela como una obra de honestidad inigualable, cada frase nos apunta al pecho dejándonos con vida para seguir soportando la tortura a nuestras conciencias del resto de la cinta. Todo está situado en un conjunto bello y cuidado lingüísticamente, cercano a lo literario, siempre un riesgo, pero cuando sale bien, las artes confluyen y lo divino se hace humano.

Muchos pensaréis, pero ¿por qué el nueve y no el diez? Sólo he encontrado tres aspectos negativos a la película de Monson. El primero de ellos es que su labor es más sintética que divulgadora, no cuenta nada nuevo, como le pasaba a Zeitgeist, su habilidad para resumir y presentar unos conceptos conocidos la hacen merecedora del sobresaliente, pero nunca de la matrícula, porque el factor sorpresa y aprendizaje desaparecen.
El segundo aspecto negativo, que en un principio logró que le diese el ocho en vez del nueve, es el martilleo sensacionalista del epílogo, revelándonos la misma idea una y otra vez, estancando con torpeza el fluir discursivo. Cuando me levanté me di cuenta de la poca importancia del asunto, por ello le subí al nueve.

( Sigo en el Spoiler por falta de espacio, no revelo nada)