Una lección de cine la que da Roman Polanski en su película del 2010 (anno horribilis también para él), demostrando que es uno de los cinco directores vivos más cualificados, más cuerdos y más independientes del panorama cinematográfico actual.
Bajo bandera alemana, en esta ocasión, y basándose en la novela de Robert Harris, que junto a él mismo colabora en el guión, hace que la ficción esté más cerca de la realidad que aquella otra manipulada que nos llega a través de la prensa, o de esos supuestos informativos que distorsionan la verdad hasta hacerla irreconocible.

"El escritor" es esclarecedora para quienes tuvieran dudas sobre cómo unos señores tan ocupados pueden escribir tantos libros (que ni siquiera leen) en tan poco tiempo, obligados a descargar plumas y sonrisas en las salas V.I.P. de los grandes almacenes, entre conferencia y conferencia, entrevistas pactadas y declaraciones que inflan sus cuentas corrientes. Pero más importante es la denuncia que se formula contra la mano negra del poder, la voraz gusanera de los servicios secretos (que pronto se llamarán servicios destructores de pruebas) y la imposibilidad de avanzar dentro de nuestras pseudo-democracias tuteladas y gobiernos títeres, mientras a los ciudadanos que pisamos tierra no nos crezca la conciencia suficiente para dinamitar un sistema infecto que nos lleva a la destrucción absoluta.

Para quienes encuentren alguna dificultad a la hora de situar a los personajes solo deben imaginar que Adam Lang (Pierce Brosnan) es el ínclito Tony Blair y verán que todo encaja como en un puzzle para inexpertos.
Después de verla tal vez se pregunten, como yo, si el último arresto de Polanski en Suiza, a petición de los E.E.U.U., tendrá más que ver con sus opiniones actuales que con su ajetreada, y puede que reprobable, vida sexual hace treinta y tres años.