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Voto de Archilupo:
9
Drama Léo Lauzon es un niño que vive en un humilde barrio de Montreal, atrapado en una sórdida existencia. Cada noche intenta evadirse por medio de los recuerdos, los sueños y su desbordante imaginación, pero la cruda realidad familiar interrumpe siempre sus fantasías: tiene un padre obsesionado por la salud intestinal de toda la familia, un hermano culturista que vive preso del miedo, dos hermanas que padecen trastornos mentales, un abuelo a ... [+]
12 de noviembre de 2008
57 de 66 usuarios han encontrado esta crítica útil
1) En un medio que lo predestina a una existencia degradada y a probable locura, el preadolescente Léolo opone a la realidad circundante, que no puede ser más mísera y cutre, un bronco y radical proceso creador.
Aupándose en la escritura de sus cuadernos, trata de emerger de la ciénaga humana donde ha nacido y, entre velas y linternas, respirar un aire menos ponzoñoso.

En el único libro que hay en la casa [nada menos que “L’avalée des avalés”, del misterioso escritor Ducharme, bastante parecido al personaje del Domador de Versos, pero lo increíble no es problema en la película], Léolo encuentra sus frases-mantra. La principal: “Porque sueño, no estoy loco”. Y encuentra también el ímpetu de anotar cuanto le pasa por la cabeza, disparatado y torrencial, para aislarse tras un escudo manuscrito.

El viejo Domador de Versos recorre los basureros y colecciona montañas de cartas y fotografías. Desde un tiempo posterior lee en voz muy baja los pirotécnicos apuntes de Léolo. Le oímos en off durante toda la película.


2) —¡Baja de las nubes! ¡Deja de escribir tonterías en tus cuadernos! –le reprochan los familiares a Léolo, quien los convierte en personajes de ficción. Con lúcido y despiadado expresionismo, habla de ellos como de extraños, entregados a zampar en su guarida hedionda, un cementerio de muertos vivientes.

Los voluminosos padres se centran en el tubo digestivo, en llenarlo y vaciarlo aplicadamente, reteniendo en el proceso abundantes grasas.
Cabeza de familia, el padre ejerce repartiendo con puntualidad laxantes y fiscalizando la actividad excretora del hogar. “¡La salud florece al cagar!”, es la divisa.
Las hermanas, enajenadas, son asiduas del psiquiátrico.
El hermano, acobardado tras una paliza callejera, se refugia en la práctica obsesiva del culturismo.
El cínico abuelo da rienda suelta a impulsos infanticidas y pederastas.
(...)


3) Negado a reconocerse en su estirpe, Léolo se reinventa a diario, línea a línea. Con su escritura febril y rabiosa se fabrica un espacio virtual donde subsistir (tiene que compartir habitación y cama con su hermano de 100 kg): el quijotescamente sostenido sueño de una feliz e imposible identidad siciliana.

En los cuadernos, Léolo sublima la atracción por la vecina italiana, a quien espía por la claraboya del baño. Se aferra a ese amor (“Bianca, amor mío… mi dulce amor… mi único amor… mi Italia…”), cuya intensificación unilateral le proporciona luminosas visiones de una Sicilia paradisíaca.

Cuando las hormonas se encienden, es la hora de los brutales ritos adolescentes, del anclaje al sexo asequible en solares encharcados. El sortilegio contraofensivo de los cuadernos puede debilitarse; el ideal amoroso que sostienen, desdibujarse, y la peor melancolía amenazar con la proyección de su sombra sobre la mugrienta y cochambrosa barriada donde Léolo apura una liberación desesperadamente poética, el afán de seguir oponiendo al gruñido ambiental esa voz de fuego que lo atraviesa.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Archilupo
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